29 de mayo de 2011

Hedor a Enfermedad

Llevo día y medio casi sin salir de mi habitación, apenas para acercarme al cuarto de baño o a la despensa en busca de algo que beber y ya que apenas pruebo bocado que éste pugna por volver a salir. Me siento debatido, agotado y mareado, pero aún así, aún así conservo todavía algo de ese estado de felicidad que, aunque no sea abrumador, consigo que acompañe siempre. Y es que, además de otras cosas, estoy orgulloso. Orgulloso de mí mismo.

Pues sí, no voy a negarlo ni a fingir que no es verdad, estoy muy contento de mí. Hace dos días, justo el día antes de que empezase mis náuseas y vómitos, acabamos el primer año del curso. Y la verdad es que durante el curso han pasado varias cosas, muchas incluso. Y estoy muy orgulloso de cómo actúe durante ese tiempo. Porque son nuestros actos los que nos definen, no lo que decimos. Las palabras se las lleva el viento, pero nuestras acciones dejan huella en nosotros y en los demás. Y estoy contento de haber sido y haberme demostrado ser una persona de acción, aunque no sin que eso tuviera consecuencias, como el agotamiento y la decepción.

Pero, quizás, de lo que estoy más orgulloso de mí es del hecho de que he sido capaz de acabar este año. Teniendo en cuenta mi historial no se trata de una hazaña menor. Para bien o para mal sé que me cuestan los compromisos a medio o largo plazo, compromisos de lo que sea. La parte positiva asociada a eso, o al menos yo la veo como positiva, es mi inconformidad, mi capacidad de luchar hasta el final, aunque la batalla, o incluso la guerra, esté ya perdida, por aquello que pienso o en lo que creo.

Ahora mismo no sé si toda esta reflexión existencial sobre mí mismo procede de mí o acaso es fruto de mi estado. Será mejor que me tumbe a descansar en la cama, rodeado por ese hedor a enfermedad.