Jack se quedó mirando como la lluvia caía incesante en la calle, ignorando el resto de la pinta que le quedaba. Tenía tantas cosas que integrar, que asumir.
El día había empezado como otro cualquiera en su vida últimamente. Llevaba varios meses moviéndose por Irlanda y el Reino Unido sin detenerse más de unos días en ningún sitio, siempre en movimiento. Se había acercado al bar a tomarse una cerveza mientras miraba el mapa y decidía su siguiente destinación. Y, cuando apenas, había tomado un par de tragos, él se sentó en la mesa de Jack.
Iba vestido con una gabardina oscura. Sus facciones y corte de pelo revelaban una fuerte disciplina, quizás un pasado militar. Jack tensó sus músculos preparándose para lo que pudiera suceder. Aunque cuando el desconocido habló no supo cómo reaccionar.
Reconoció la voz al instante. Pese a que sólo la había oído una vez. Se trataba del comandante Gillroy.
A medida que el británico hablaba, el norirlandés fue perdiendo el recelo ante la extraña e inesperada visita tras dos años sin tener noticia alguna. Lo que el militar le proponía parecía totalmente descabellado, habladurías de borracho de taberna. Pero había algo en la voz del comandante, en el aplomo que mostraba que no sólo aseguraba su veracidad, sino que lo hacía parecer algo normal.
Jack alejó la mirada de la ventana y la volvió hacía el teléfono móvil que el comandante Gillroy le había dado para que le llamase cuando tuviera las cosas claras. Lo cogió en las manos y fue dándole vueltas mientras la propuesta lentamente se abría paso en su mente.
Bajo el nombre en código de ‘Dullahan’, Gillroy estaba organizando una unidad de élite anti-terrorista.
Tras un breve suspiro, apuró la cerveza que quedaba en la jarra y abrió el teléfono.