Era una lluviosa mañana de primavera. El cielo plomizo añadía un matiz de tristeza a los sentimientos contrariados de Jack. Suspiró y lentamente apuró el vaso de whiskey mientras observaba por la ventana como las gotas de agua golpeaban el sucio cristal, componiendo una monótona melodía. Más abajo, una multitud de gente con paraguas de colores se movía continua e incesantmente, ajena a aquellos que la rodeaban o formaban parte de ella misma. La mirada de Jack se detuvo en una esquina de la calle. Allí, parada bajo una alacena, evitando el aguacero, se encontraba una joven de mirada triste. Verla, le hizo recordar la noche anterior y un breve estallido de rabia hacia su persona le hizo levantar. La había perdido. Y todo por su estupidez.
Pero eso no era todo lo que le ocurría. Y pese al tremendo dolor que sentía en el pecho al recordar su voz, hubiera vendido gustoso su alma al diablo para que ello fuera lo único que le ocurriera. En la última semana, su vida había empezado una espiral descendente donde la noche anterior fue tan sólo la última étapa, el acorde final de una melodí de fatalidad. Todos aquellos que alguna vez había creído cercanos le habían abandonado, resultaba que le engañaban o, simplemente, estaban muertos. Y ahora, iban a por él. Con paso cansado, se acercó a la mesa y acabó de vaciar la botella de whiskey en el sucio vaso. Lo último que quería en ese momento era pensar.
Justo cuando la última de las gotas golpeó suavemente el dorado líquido del vaso, la mugrienta puerta de la habitación de la pensión voló por los aires y, tras la leve nube de polvo y astillas que se formó, se veían las figuras de tres individuos con pasamontañas y pistolas semiautomáticas. Sin concederle ni un momento para analizar la situación, el cuerpo de Jack reaccionó saltando hacia el lado de la cama, mientras el vaso caía hacia el suelo explotando en un montón de pedazos y varias balas silbaban cruzando la habitación y clavándose en la pared. El golpe que recibió al chocar en el suelo reavivó el dolor en el hombro, pero ahora no se podía permitir ni un instante de descanso y dirigió con velocidad frénetica el brazo bueno hacia el cajón superior de la mesita.
Uno de los encapuchados llegó a la esquina de cama con su pistola apuntado al pecho de Jack. Pero, antes siquiera de que pudiera apretar el gatillo de su arma, éste asío la fría empuñadura de su fiel Beretta y en un movimiento fluído la llevó al frente y disparó. La bala atravesó el silencio de la habitación, clavádose finalmente en la mampostería tras provocar una leve nube de sangre al atravesar el pecho del encapuchado, que falto de vida se desplomó en el suelo.
Después de eso, siguiendo sus instintos, Jack rodó debajo de la cama mientras los otros dos asaltantes corrían al lado de su compañero. Cogiendolos por sorpresa, se levantó rápidamente y con dos rápidos disparos acabó también con sus vidas.
Mientras el polvo todavía se estaba aposentando en el suelo, Jack salió corriendo de la habitación de la pensión. En su mente había un claro objetivo. Acabaría con ellos antes de que acabaran con él.
Pero eso no era todo lo que le ocurría. Y pese al tremendo dolor que sentía en el pecho al recordar su voz, hubiera vendido gustoso su alma al diablo para que ello fuera lo único que le ocurriera. En la última semana, su vida había empezado una espiral descendente donde la noche anterior fue tan sólo la última étapa, el acorde final de una melodí de fatalidad. Todos aquellos que alguna vez había creído cercanos le habían abandonado, resultaba que le engañaban o, simplemente, estaban muertos. Y ahora, iban a por él. Con paso cansado, se acercó a la mesa y acabó de vaciar la botella de whiskey en el sucio vaso. Lo último que quería en ese momento era pensar.
Justo cuando la última de las gotas golpeó suavemente el dorado líquido del vaso, la mugrienta puerta de la habitación de la pensión voló por los aires y, tras la leve nube de polvo y astillas que se formó, se veían las figuras de tres individuos con pasamontañas y pistolas semiautomáticas. Sin concederle ni un momento para analizar la situación, el cuerpo de Jack reaccionó saltando hacia el lado de la cama, mientras el vaso caía hacia el suelo explotando en un montón de pedazos y varias balas silbaban cruzando la habitación y clavándose en la pared. El golpe que recibió al chocar en el suelo reavivó el dolor en el hombro, pero ahora no se podía permitir ni un instante de descanso y dirigió con velocidad frénetica el brazo bueno hacia el cajón superior de la mesita.
Uno de los encapuchados llegó a la esquina de cama con su pistola apuntado al pecho de Jack. Pero, antes siquiera de que pudiera apretar el gatillo de su arma, éste asío la fría empuñadura de su fiel Beretta y en un movimiento fluído la llevó al frente y disparó. La bala atravesó el silencio de la habitación, clavádose finalmente en la mampostería tras provocar una leve nube de sangre al atravesar el pecho del encapuchado, que falto de vida se desplomó en el suelo.
Después de eso, siguiendo sus instintos, Jack rodó debajo de la cama mientras los otros dos asaltantes corrían al lado de su compañero. Cogiendolos por sorpresa, se levantó rápidamente y con dos rápidos disparos acabó también con sus vidas.
Mientras el polvo todavía se estaba aposentando en el suelo, Jack salió corriendo de la habitación de la pensión. En su mente había un claro objetivo. Acabaría con ellos antes de que acabaran con él.