27 de diciembre de 2010

Funeral por un Brujo

Sébastien se acurrucó más en su abrigo mientras con la mano libre se limpió una lágrima que empezó a brotar. Si tío Gilles lo viera llorando por él, seguro que empezaría a reírse. La verdad es que Gilles no era su tío, ni siquiera el de su madre, sino el de su abuelo. Pero para Sébastien, siempre fue aquel tío mayor, algo extraño, pero siempre sorprendente.

Y con sólo echar un vistazo a su alrededor era fácil ver porque Gilles resultaba tan sorprendente. Además del grupo de parientes que todavía le hablaban, cerca del ataúd, estaba varia gente de edad avanzada, todos pulcramente vestidos y al resguardo de la lluvia con paraguas sombríos. Varios académicos que habían trabajado con tío Gilles o habían sido alumnos suyos. Viendo los estragos de la edad en sus rostros, era difícil no sorprenderse al ver el rostro del difunto, que no parecía tener más de cincuenta y pico años, pese a haber cumplido probablemente más de cien. Siempre estuvo dotado de una vitalidad y dinamismo sobrehumanos. En ese momento, Sébastien se fijo en otro grupo de personas y no pudo más que esbozar una sonrisa sarcástica. Un grupo de chicas que no llegarían a los treinta años, estaban vestidas de luto y lloraban desconsoladas. El viejo zorro siempre tuvo fascinación por las chicas jóvenes.

De repente, sonó una corneta y un grupo de militares franceses levantó el ataúd. Sébastien se sorprendió mucho al ver su presencia allí, ya que de entre las muchas cosas que su tío Gilles había hecho en vida, nunca pareció haber tenido relación con el ejército. Como siempre con el viejo, la verdad acabó superando la ficción, ya que resulta que fue uno de los héroes de la Resistencia contra los nazis. Mientras el ataúd se movía lentamente, Sébastien lo siguió con una sonrisa. La verdad es que había tenido una vida muy interesante.

En ese momento, algo captó su atención hacia otra zona del cementerio. Al lado de un árbol, y medio oculta por una de las tumbas, estaba una joven adolescente mirando a la comitiva. Aunque no parecía tratarse de una de las 'novias' de su tío Gilles. Iba vestida con tejanos, una chaqueta verde y un gorro de lana que le tapaba el cabello. Pero lo que más le sorprendió es que parecía mirarlo directamente a él. Perturbado por eso, alejó un segundo la mirada, y para cuando volvía a mirar adonde estaba la chica, ésta había desaparecido.

Sin querer darle más importancia, se unió a la comitiva, al lado de una gente que adornaba su vestuario oscuro con símbolos ocultistas, simples, no ostentosos y bastante escondidos, pero no para alguien a quien su tío contagió su fascinación por el ocultismo. Una mujer de unos treinta años, con el pelo recogido en un moño y unas estilizadas gafas se lo quedó mirando y cuando sus miradas se cruzaron le dirigió una sonrisa. Mientras se la devolvía, Sébastien se dio cuenta de que hasta ese momento no se había fijado en ella, pese a que emanaba una belleza sofisticada, embriagadora. Pero, lo que más chocaba es que, a diferencia, del grupo de gente en el que se encontraba, no había ningún símbolo, amuleto o tatuaje místico en ella. Tan sólo un sobrio traje-chaqueta oscuro.

Finalmente, el ataúd empezó a descender al frío suelo mientras un sacerdote pronunciaba unas palabras. La lluvia empezó a caer con más fuerza y las gotas hicieron que las ofrendas situadas encima de la tapa del ataúd se cayeran a los lados, incluso un par de cruces situadas allí, se fueron con el agua. Sébastien levantó la mirada a las nubes, casi esperando ver a tío Gilles sonriendo. Había sido tan propio de él. Cuando bajo la mirada, vio a un hombre aproximadamente de su edad, veintiséis años, apoyado en la pared de un mausoleo, aprovechando el dintel para resguardarse de la lluvia mientras se fumaba un cigarro y contemplaba la escena con unos ojos tan claros que parecían dorados.

En el momento en el que el ataúd tocó el fondo de la zanja, empezó a soplar viento y de los árboles cercanos se levantó, graznando, una bandada de cuervos.

Sébastien fue el último de abandonar el cementerio y, resguardado por su paraguas se dirigió hacia la pequeña habitación del hostal. Ya habría tiempo para ir al piso que tío Gilles le había legado el día siguiente.

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