27 de julio de 2009

15 de Julio de 1982

En el campanario de la iglesia cercana empezaron a sonar las campanadas que marcaban las cuatro de la tarde. Jack se despidió de sus amigos y se fue corriendo a su casa, cargado de la emoción. Le encantaba jugar al fútbol en la calle, pero hoy no podía retardarse.

Pues esta tarde se iban de vacaciones a Francia. Y Jack estaba encantado. Tenía seis años y sería la primera vez que salía del país. Desde que sus padres se lo dijeron no había pasado ni un solo día en el que no intentara averiguar más cosas de ese país o imaginándose ya como sería cuando llegaran allí. Incluso le habían dicho que había una ciudad, no se acordaba del nombre, donde había un puente muy grande del cual sólo quedaba la mitad. Jack se había pasado muchas noches imaginando como sería ese puente. Y en sólo unos días lo podría verlo. Siguió corriendo.

Y corriendo. Las sirenas de los coches de emergencias normalmente le hacían detenerse y mirarlos, pero estaba tan emocionado que hizo caso omiso de esos sonidos en su camino a casa. Ni siquiera notó las nubes oscuras que crecían en el cielo.

En su estado, nada le preparó para lo que se encontró al llegar a su calle. Su edificio estaba ardiendo, desde la base hasta los cimientos. Delante de él había tres camiones de bomberos, lanzando agua y rescatando a la gente, y dos ambulancias, cuyos técnicos estaban atendiendo a las personas que sacaban los bomberos del edificio.

Jack se quedó unos instantes paralizado, sin poder moverse. Cuando finalmente pudo reaccionar, salió corriendo hacia donde se estaban juntando sus vecinos. Allí estaba la señora Douglas, que siempre que lo encontraba le daba caramelos, los Killroy, con cuya hija, Lianna, solía jugar, el grupo de jóvenes que vivían en el piso de abajo. Pero no veía por ninguna partea sus padres o su hermano.

Jack ni siquiera pensó en lo que hacía cuando se lanzó a la carrera hacia el edificio. Un bombero de mediana edad intentó detenerlo, pero lo regateó sin detener su carrera en ningún momento y cruzando el umbral.

Los bomberos que apuntaban las mangueras al edificio intentando apagarlo empezaron a gritarle para que se detuviera. Pero Jack no oía nada, su mente estaba fija en un solo objetivo, llegar a su casa.

Mientras subía a la carrera las escaleras, el calor del ambiente aumentaba rápidamente y Jack sudaba copiosamente. Su pequeño cuerpo empezaba a aquejar el esfuerzo al que se estaba viendo sometido y mientras iba dejando los escalones atrás, su pecho se movía violentamente mientras no paraba de jadear. Y para empeorarlo todavía más, un espeso y denso humo negro empezaba a rodearlo, haciendo que su garganta le escociera y los ojos le picaran y se le llenaran de lágrimas. Pero ni aún así, Jack se detuvo. No podía hacerlo.

Con los ojos cerrados y medio tambaleándose llegó finalmente al rellano del ático. Cuando, con los ojos entrecerrados, vio la puerta de su casa todavía cerrada, cargó directamente contra ella, como si de un jugador de rugby se tratara, saltando en el último momento, para golpearla con todo su peso. El calor de las llamas había debilitado la puerta y en cuanto la golpeó, ésta crujió y una parte de ella se rompió. Mientras caía en el vestíbulo de su casa, una lengua de aire caliente lo recibió y las llamas que empezaban a propagarse por las paredes parecían haber ganado fuerza.

Jack volvió a abrir los ojos y, sin tener en cuenta su propia seguridad, se dirigió hacia dentro de su casa en llamas, sin dejar de gritar el nombre de sus padres y de sus hermanos.

Por encima del crepitar de las llamas, logró oír la familiar voz de su madre, aunque sonaba terriblemente débil. Jack corrió hacia ella, hacia el comedor. Casi todo el techo se había desplomado, llenando la sala de cascotes. En mitad de las llamas, vio a su madre en el suelo, sus piernas estaban atrapadas por una viga. De debajo de un montón cercano, sobresalía un musculoso brazo que ya no se movía. Jack reconoció al momento el tatuaje del antebrazo de su padre.

Su madre, en cuanto lo vio empezó a gritar su nombre. Las lágrimas de Jack brotaron profusamente, no sólo por el humo, mientras gritaba su nombre y corrió hacia ella.

Pero no pudo moverse, alguien le cogió y la levantó del suelo. Los bomberos le habían seguido y uno de ellos lo tenía cogido mientras los otros se acercaban a su madre. Jack no paró de moverse, dar patadas y gritar mientras intentaba liberarse del bombero que se lo llevaba del piso.

Saliendo del piso, empezó a oír fuertes gritos de dolor y angustia de su madre que hicieron que se moviera de manera todavía más violenta hasta que cedió a la intoxicación por culpa del humo y se quedó inconsciente.

18 de julio de 2009

Destellos de Vida

El verdor de las hojas en primavera,
se ve acompañado en verano, del perfume de las flores,
tiñéndose en otoño del color del fuego
para caer y desaparecer en invierno.

Tal es la naturaleza de la vida,
tal es el ciclo de la muerte.

Somos fugaces estrellas,
pequeñas explosiones cósmicas,
destinadas a brillar fugazmente un instante
para luego caer en el olvido
de una noche infinita.

17 de julio de 2009

Ruidos a Charca y Cañaveral

Delante de mí se encuentra un gran estanque, reflejando, como si de un ondulante espejo se tratara, las montañas que cierran el valle donde se encuentra. Un tupido mar de cañaverales marca sus límites y de él surge una discorde melodía, croar de ranas, zumbido de insectos y trinar de pájaros. Por separado, cada uno de ellos goza de una harmonía propia, característica. Unidos, todos ellos, pierden su individualidad, creando una composición vacía de todo artificio; un canto natural que no habla a los oídos, sino a una parte más interna de mi ser. No a mi alma, o mi espíritu, no tengo claro que siquiera lleguen a existir. Se trata más bien de aquella parte que es consciente de que forma parte de algo más, de algo más grande que una sola persona.

En el desvencijado embarcadero, cuyas maderas rechinan a cada paso, se encuentran junto a mí, dos buenos amigos. Al encontrármelos en el campo visual, no puedo evitar sonreír. Se trata simplemente de lo mismo. De la sensación de formar parte de algo más. De poder confiar en otras personas como en uno mismo. De sentir que no estás sólo frente al resto del mundo.

Un pequeño pez plateado, salta en el aire, rompiendo la superficie del lago. Me tumbo de nuevo en el embarcadero y cierro los ojos. A nuestro alrededor siguen los ruidos a charca y cañaveral.

16 de julio de 2009

Hogar

Hogar, dulce hogar.
Palabras míticas,
palabras gastadas,
palabras vacías.

Hay quien dice que se trata de un lugar,
allí donde unos se siente bien,
donde se siente seguro.
No donde nació, donde está su pasado,
sino donde crea su proyecto de futuro.

Hay también quien dice que es algo interior,
algo emcional, no físico.
Estar a gusto con tus seres queridos,
con aquellos a los que amas.

A unos y a otros,
yo os envidio vuestra suerte.

Maldito mi destino
que me niega un hogar,
condenado a vahar continuamente.

Sin sentirme a gusto en ninguna parte,
sin echar nunca raíces.
Viviendo allí donde el viento me lleve,
nómada eternamente.

11 de julio de 2009

El Pingüino que Soñaba con Volar

Hubo una vez un huevo de pingüino que se perdió y fue a parar donde vivía una colonia de gaviotas. Los detalles de esta cuestión, pese a que realmente son muy interesantes, no tiene nada que ver con la historia que ahora nos ocupa.

El caso es que las gaviotas adoptaron al huevo como si fuera propio y cuando éste eclosionó, aceptaron a la cría que de él salió como si fuera una más de la bandada.

A diferencia de los seres humanos, los animales no se dedican a categorizar extensivamente el mundo. Para ellos sólo hay tres tipos de animales: los que te pueden comer, los que pueden ser tu comida y todos los demás. Y así, el pingüino creció dentro del grupo de gaviotas, como uno más, sin diferencia de tratos.

Desde pequeño, siempre le fascinaba enormemente ver como las gaviotas adultas alzaban el vuelo y recorrían el cielo azul. Por las noches, siempre soñaba con el momento en el que, siendo mayor, él podría alzar también el vuelo y, como decían los adultos, sentir la caricia del aire sobre su piel.

Pasaron los meses y sus amigos de la infancia, empezaron a levantar el vuelo. Pero el pingüino, no pudo. Lo intentó, lo intentó continuamente. Al principio, no había día que no intentase levantar el vuelo. Y pensando que quizás se debiera a la altura empezó a subir precipicios desde donde se lanzaba. Pero tampoco funcionó.

Pero el pingüino no se desanimaba. En cuanto sus heridas se curaban, él volvía a intentarlo. Quizás no era el sitio adecuado, o el viento, o no estaba haciendo lo correcto.

Más los resultados eran siempre los mismos. Una vez tras otra, el pingüino siguió cayendo.

Pero a su alrededor, las gaviotas seguían volando y le explicaban la maravillosa sensación que era. Y el pingüino no lo entendía. A su alrededor todo el mundo estaba volando, entonces, ¿qué le ocurría a él? ¿Por qué no podía?

Desconocedor de lo que conllevaba su verdadera naturaleza, el pingüino se pasó el resto de su vida intentando volar, aunque incapaz de reconciliarse con su propio ser, no fue una vida muy larga.

10 de julio de 2009

El Lago

Siento que a mi alrededor
el viento ha cesado de soplar,
que ya ni la más ligera de las brisas
se acerca a mí,
a este sereno lago
de montañas rodeado.

Y ante tal quietud,
ante tal ausencia de vida,
nada perturba, ni agita
las tranquilas aguas.

Pero en lo más hondo de mi ser,
sé la falsedad que esconde,
sé cómo el tedio lo destroza.

La perpetua monótona rutina
que no amenaza la quietud,
lejos de permitirle mantener
el estado apacible,
le ataca desde dentro,
y en el profundo interior
nace con fuerza un deseo,
un anhelo que lo reconcome,
que de entre las montañas
que lo aíslan del mundo
vuelva a aparecer una tormenta,
un cúmulo de fuerzas naturales
y de ingentes emociones imparables
que amenacen de nuevo su quietud.

Sólo en esos momentos de conflicto,
cuando su equilibrio se ve amenazado,
cuando todo el mundo a su alrededor
cambia velozmente sin contar con él,
sólo entonces siente el lago
la vida que fluye en sus aguas.

Esa confrontación es la que anhela,
la que desea con todo su ser.

Sólo en semejante tempestad exterior
que lo amenace,
puede hallar la paz interior
que lo completa.

Sólo en el centro de una tormenta
podrá obtener la verdadera calma,
y no ese burdo engaño
que ahora lo rodea.

A su alrededor, las cumbres,
de nieve empiezan a llenarse.

Sé que, cuando las nieves se fundan,
llegará al lago una gran tempestad,
quizás la mayor que haya vivido nunca.

Sólo se trata de tener paciencia.

8 de julio de 2009

22 de Marzo de 2004

Las luces apenas eran capaces de atravesar la densa cortina de huma que imperaba en el local, dándole una tenue iluminación donde las sombras oscurecían las bebidas y ocultaban los rostros, como si el ambiente mismo se avergonzara de la compañía en la que se encontraba.

Jack dio otro largo sorbo a su pinta de cervez negra mientras observaba detenidamente el desvencijado piano de madera antaño clara que se encontraba en uno de los rincones del local, Y sonrió para sí mismo. Despuñes de todo por lo que ha pasado, de todo lo que ha visto y vivido, ha quedado reducido a esto, a mero músico de taberna.

Una de las camareras pasó por su campo visual y, malinterpretando su gesto, le sonrió a su vez. Era una bonita joven de corto pelo castaño, profundos ojos verdes y sonrisa inocente. Jack no estaba seguro de poder recordar su nombre. Pero siempre que venía a tocar en Doherty's notaba las mismas miradas tímidas que ella le dirigía cuando creía que él no se daba cuenta. Volvió a mirarla cuando pasó cerca de él, camino de una de las mesas. Ahora que lo pensaba, estaba casi seguro de que se llamaba Eileen. Todo en ella irradiaba pureza, inocencia. Y eso, por mucho que se lo negase, atraía a Jack. Pero, sencillamente, pertenecían a mundos demasiado diferentes, se forzó a pensar.

Cogió lo que quedaba de su cerveza, se levantó del taburete y se encaminó, con paso firme, hacia el piano. Al llegar allí, dejó un momento la pinta encima del piano, para estirar los brazos y los dedos. Luego, volvió a cogerla y mientras le daba otro largo sorbo, levantó la tapa del teclado con el brazo izquierdo. No pudo evitar que su mirada se dirigiera fugazmente al encuentro de la chica. Eileen, sí, estaba convencido de que ése era su nombre, se encontraba de pie, al lado de una columna, mirándole. Al cruzarse las miradas, la joven se ruborizó y apartó al vista, mientras cambiaba de sitio. Eran demasiado diferentes. Jack volvió de nuevo la vista al piano. cerró los ojos un instante, y dejó que los dedos se acercaran a las teclas, sacando de ellas los primeros acordes de Londonderry Air.

6 de julio de 2009

Primavera de 1175

El escudero Roger Desllor detuvo su caballo y se dio la vuelta, para mirar, quizás por última vez, el pueblo de Ripoll, donde se había criado. Mientras observaba el valle desde la distancia, en su mente afloraron un montón de recuerdos. La casa donde se crió. El prado donde su padre le enseñaba a utilizar una espada. El recodo del río donde él y sus hermanos iban en verano a bañarse. La arboleda donde iba a escondidas con Beatriu y donde se dieron su primer beso. A la vez que se dibujaba una sonrisa en sus labios, sus ojos se humedecieron levemente. Pero, él no podía llorar. Los hombres no lloran. Y él tenía ya quince años.

Con un último vistazo, se despidió de su pasado y se dio la vuelta hacia el séquito del caballero de Montcada, amigo de su padre y que le ayudaría a convertirse en caballero de la Orden del Hospital de San Juan, como su padre antes que él, tal y como correspondía a todo segundo hijo. Su hermano mayor, ramon, heredaría las tierras, mientras que su hermano pequeño, Llorenç, era ya novicio en el monasterio de Santa Maria de Ripoll. Su hermana gemela, Dolça, se casaría a finales de verano con Joan, heredero de una de las familias terratenientes de la zona.

Pero Roger no quería pensar más en lo que dejaba atrás, sino tan sólo en el futuro que se le abría delantes. Después de unos días de viaje llegarían a la ciudad de Girona, donde se unirían a algún grupo que se dirigiese hasta Marsella y, desde allí, embarcarían con destino a Chipre, donde, con suerte, Roger sería nombrado caballero de la Orden del Hospital de San Juan.

4 de julio de 2009

Olor a Hierba Fresca

Siento como el suave olor a hierba recién cortada, ligeramente mojada por la suave lluvia entra en mi interior. Es un aroma particular, conocido, pero a la vez difícil de clasificar. Cada vez que noto ese peculiar aroma no puedo evitar cerrar los ojos y dejarme llevar. Dejar que mi mente vague, quizás en el tiempo, quizás en los recuerdos, quizás en otras dimensiones, no lo sé. Ni me importa. Sólo importa la sensación que noto, esa libertad, esa frescura que percibo en todo mi cuerpo.

Repentinamente, el estallido de un trueno lejano me saca de mi ensoñación, y me devuelve a la realidad. Es negra noche y aquí me encuentro, en una desierta urbanización, sentado bajo una solitaria marquesina de autobús, resguardándome de la lluvia a mi alrededor. Al recordar la razón de que esté allí me gustaría hacer como en las películas o los libros, salir fuera, y dejar que el agua me purifique, que mientras van cayendo las gotas, me vayan limpiando y llevándose con ellas, los problemas y preocupaciones. La cuestión es que esto en la vida real nunca sucede y, lo más probable, es que simplemente acabase con un importante resfriado.

Perdida la noción del tiempo que llevo allí, miró perezoso el reloj. Hace ya más de una hora. No muy lejos de donde me encuentro, dos amigos buscan alivio en cuerpos de alquiler, calor humano a cambio de dinero. No puedo evitar que en mis labios se dibuje una sonrisa a medias, sarcástica y algo lobuna. Por ellos, y sus fútiles esperanzas, y por mí, sentado en la solitaria marquesina, mientras no deja de llover.

Suspiro y vuelvo a sonreír, con más ganas esta vez. Al menos me queda el olor a hierba fresca.