En el campanario de la iglesia cercana empezaron a sonar las campanadas que marcaban las cuatro de la tarde. Jack se despidió de sus amigos y se fue corriendo a su casa, cargado de la emoción. Le encantaba jugar al fútbol en la calle, pero hoy no podía retardarse.
Pues esta tarde se iban de vacaciones a Francia. Y Jack estaba encantado. Tenía seis años y sería la primera vez que salía del país. Desde que sus padres se lo dijeron no había pasado ni un solo día en el que no intentara averiguar más cosas de ese país o imaginándose ya como sería cuando llegaran allí. Incluso le habían dicho que había una ciudad, no se acordaba del nombre, donde había un puente muy grande del cual sólo quedaba la mitad. Jack se había pasado muchas noches imaginando como sería ese puente. Y en sólo unos días lo podría verlo. Siguió corriendo.
Y corriendo. Las sirenas de los coches de emergencias normalmente le hacían detenerse y mirarlos, pero estaba tan emocionado que hizo caso omiso de esos sonidos en su camino a casa. Ni siquiera notó las nubes oscuras que crecían en el cielo.
En su estado, nada le preparó para lo que se encontró al llegar a su calle. Su edificio estaba ardiendo, desde la base hasta los cimientos. Delante de él había tres camiones de bomberos, lanzando agua y rescatando a la gente, y dos ambulancias, cuyos técnicos estaban atendiendo a las personas que sacaban los bomberos del edificio.
Jack se quedó unos instantes paralizado, sin poder moverse. Cuando finalmente pudo reaccionar, salió corriendo hacia donde se estaban juntando sus vecinos. Allí estaba la señora Douglas, que siempre que lo encontraba le daba caramelos, los Killroy, con cuya hija, Lianna, solía jugar, el grupo de jóvenes que vivían en el piso de abajo. Pero no veía por ninguna partea sus padres o su hermano.
Jack ni siquiera pensó en lo que hacía cuando se lanzó a la carrera hacia el edificio. Un bombero de mediana edad intentó detenerlo, pero lo regateó sin detener su carrera en ningún momento y cruzando el umbral.
Los bomberos que apuntaban las mangueras al edificio intentando apagarlo empezaron a gritarle para que se detuviera. Pero Jack no oía nada, su mente estaba fija en un solo objetivo, llegar a su casa.
Mientras subía a la carrera las escaleras, el calor del ambiente aumentaba rápidamente y Jack sudaba copiosamente. Su pequeño cuerpo empezaba a aquejar el esfuerzo al que se estaba viendo sometido y mientras iba dejando los escalones atrás, su pecho se movía violentamente mientras no paraba de jadear. Y para empeorarlo todavía más, un espeso y denso humo negro empezaba a rodearlo, haciendo que su garganta le escociera y los ojos le picaran y se le llenaran de lágrimas. Pero ni aún así, Jack se detuvo. No podía hacerlo.
Con los ojos cerrados y medio tambaleándose llegó finalmente al rellano del ático. Cuando, con los ojos entrecerrados, vio la puerta de su casa todavía cerrada, cargó directamente contra ella, como si de un jugador de rugby se tratara, saltando en el último momento, para golpearla con todo su peso. El calor de las llamas había debilitado la puerta y en cuanto la golpeó, ésta crujió y una parte de ella se rompió. Mientras caía en el vestíbulo de su casa, una lengua de aire caliente lo recibió y las llamas que empezaban a propagarse por las paredes parecían haber ganado fuerza.
Jack volvió a abrir los ojos y, sin tener en cuenta su propia seguridad, se dirigió hacia dentro de su casa en llamas, sin dejar de gritar el nombre de sus padres y de sus hermanos.
Por encima del crepitar de las llamas, logró oír la familiar voz de su madre, aunque sonaba terriblemente débil. Jack corrió hacia ella, hacia el comedor. Casi todo el techo se había desplomado, llenando la sala de cascotes. En mitad de las llamas, vio a su madre en el suelo, sus piernas estaban atrapadas por una viga. De debajo de un montón cercano, sobresalía un musculoso brazo que ya no se movía. Jack reconoció al momento el tatuaje del antebrazo de su padre.
Su madre, en cuanto lo vio empezó a gritar su nombre. Las lágrimas de Jack brotaron profusamente, no sólo por el humo, mientras gritaba su nombre y corrió hacia ella.
Pero no pudo moverse, alguien le cogió y la levantó del suelo. Los bomberos le habían seguido y uno de ellos lo tenía cogido mientras los otros se acercaban a su madre. Jack no paró de moverse, dar patadas y gritar mientras intentaba liberarse del bombero que se lo llevaba del piso.
Saliendo del piso, empezó a oír fuertes gritos de dolor y angustia de su madre que hicieron que se moviera de manera todavía más violenta hasta que cedió a la intoxicación por culpa del humo y se quedó inconsciente.
Pues esta tarde se iban de vacaciones a Francia. Y Jack estaba encantado. Tenía seis años y sería la primera vez que salía del país. Desde que sus padres se lo dijeron no había pasado ni un solo día en el que no intentara averiguar más cosas de ese país o imaginándose ya como sería cuando llegaran allí. Incluso le habían dicho que había una ciudad, no se acordaba del nombre, donde había un puente muy grande del cual sólo quedaba la mitad. Jack se había pasado muchas noches imaginando como sería ese puente. Y en sólo unos días lo podría verlo. Siguió corriendo.
Y corriendo. Las sirenas de los coches de emergencias normalmente le hacían detenerse y mirarlos, pero estaba tan emocionado que hizo caso omiso de esos sonidos en su camino a casa. Ni siquiera notó las nubes oscuras que crecían en el cielo.
En su estado, nada le preparó para lo que se encontró al llegar a su calle. Su edificio estaba ardiendo, desde la base hasta los cimientos. Delante de él había tres camiones de bomberos, lanzando agua y rescatando a la gente, y dos ambulancias, cuyos técnicos estaban atendiendo a las personas que sacaban los bomberos del edificio.
Jack se quedó unos instantes paralizado, sin poder moverse. Cuando finalmente pudo reaccionar, salió corriendo hacia donde se estaban juntando sus vecinos. Allí estaba la señora Douglas, que siempre que lo encontraba le daba caramelos, los Killroy, con cuya hija, Lianna, solía jugar, el grupo de jóvenes que vivían en el piso de abajo. Pero no veía por ninguna partea sus padres o su hermano.
Jack ni siquiera pensó en lo que hacía cuando se lanzó a la carrera hacia el edificio. Un bombero de mediana edad intentó detenerlo, pero lo regateó sin detener su carrera en ningún momento y cruzando el umbral.
Los bomberos que apuntaban las mangueras al edificio intentando apagarlo empezaron a gritarle para que se detuviera. Pero Jack no oía nada, su mente estaba fija en un solo objetivo, llegar a su casa.
Mientras subía a la carrera las escaleras, el calor del ambiente aumentaba rápidamente y Jack sudaba copiosamente. Su pequeño cuerpo empezaba a aquejar el esfuerzo al que se estaba viendo sometido y mientras iba dejando los escalones atrás, su pecho se movía violentamente mientras no paraba de jadear. Y para empeorarlo todavía más, un espeso y denso humo negro empezaba a rodearlo, haciendo que su garganta le escociera y los ojos le picaran y se le llenaran de lágrimas. Pero ni aún así, Jack se detuvo. No podía hacerlo.
Con los ojos cerrados y medio tambaleándose llegó finalmente al rellano del ático. Cuando, con los ojos entrecerrados, vio la puerta de su casa todavía cerrada, cargó directamente contra ella, como si de un jugador de rugby se tratara, saltando en el último momento, para golpearla con todo su peso. El calor de las llamas había debilitado la puerta y en cuanto la golpeó, ésta crujió y una parte de ella se rompió. Mientras caía en el vestíbulo de su casa, una lengua de aire caliente lo recibió y las llamas que empezaban a propagarse por las paredes parecían haber ganado fuerza.
Jack volvió a abrir los ojos y, sin tener en cuenta su propia seguridad, se dirigió hacia dentro de su casa en llamas, sin dejar de gritar el nombre de sus padres y de sus hermanos.
Por encima del crepitar de las llamas, logró oír la familiar voz de su madre, aunque sonaba terriblemente débil. Jack corrió hacia ella, hacia el comedor. Casi todo el techo se había desplomado, llenando la sala de cascotes. En mitad de las llamas, vio a su madre en el suelo, sus piernas estaban atrapadas por una viga. De debajo de un montón cercano, sobresalía un musculoso brazo que ya no se movía. Jack reconoció al momento el tatuaje del antebrazo de su padre.
Su madre, en cuanto lo vio empezó a gritar su nombre. Las lágrimas de Jack brotaron profusamente, no sólo por el humo, mientras gritaba su nombre y corrió hacia ella.
Pero no pudo moverse, alguien le cogió y la levantó del suelo. Los bomberos le habían seguido y uno de ellos lo tenía cogido mientras los otros se acercaban a su madre. Jack no paró de moverse, dar patadas y gritar mientras intentaba liberarse del bombero que se lo llevaba del piso.
Saliendo del piso, empezó a oír fuertes gritos de dolor y angustia de su madre que hicieron que se moviera de manera todavía más violenta hasta que cedió a la intoxicación por culpa del humo y se quedó inconsciente.