Siento como el suave olor a hierba recién cortada, ligeramente mojada por la suave lluvia entra en mi interior. Es un aroma particular, conocido, pero a la vez difícil de clasificar. Cada vez que noto ese peculiar aroma no puedo evitar cerrar los ojos y dejarme llevar. Dejar que mi mente vague, quizás en el tiempo, quizás en los recuerdos, quizás en otras dimensiones, no lo sé. Ni me importa. Sólo importa la sensación que noto, esa libertad, esa frescura que percibo en todo mi cuerpo.
Repentinamente, el estallido de un trueno lejano me saca de mi ensoñación, y me devuelve a la realidad. Es negra noche y aquí me encuentro, en una desierta urbanización, sentado bajo una solitaria marquesina de autobús, resguardándome de la lluvia a mi alrededor. Al recordar la razón de que esté allí me gustaría hacer como en las películas o los libros, salir fuera, y dejar que el agua me purifique, que mientras van cayendo las gotas, me vayan limpiando y llevándose con ellas, los problemas y preocupaciones. La cuestión es que esto en la vida real nunca sucede y, lo más probable, es que simplemente acabase con un importante resfriado.
Perdida la noción del tiempo que llevo allí, miró perezoso el reloj. Hace ya más de una hora. No muy lejos de donde me encuentro, dos amigos buscan alivio en cuerpos de alquiler, calor humano a cambio de dinero. No puedo evitar que en mis labios se dibuje una sonrisa a medias, sarcástica y algo lobuna. Por ellos, y sus fútiles esperanzas, y por mí, sentado en la solitaria marquesina, mientras no deja de llover.
Suspiro y vuelvo a sonreír, con más ganas esta vez. Al menos me queda el olor a hierba fresca.
Repentinamente, el estallido de un trueno lejano me saca de mi ensoñación, y me devuelve a la realidad. Es negra noche y aquí me encuentro, en una desierta urbanización, sentado bajo una solitaria marquesina de autobús, resguardándome de la lluvia a mi alrededor. Al recordar la razón de que esté allí me gustaría hacer como en las películas o los libros, salir fuera, y dejar que el agua me purifique, que mientras van cayendo las gotas, me vayan limpiando y llevándose con ellas, los problemas y preocupaciones. La cuestión es que esto en la vida real nunca sucede y, lo más probable, es que simplemente acabase con un importante resfriado.
Perdida la noción del tiempo que llevo allí, miró perezoso el reloj. Hace ya más de una hora. No muy lejos de donde me encuentro, dos amigos buscan alivio en cuerpos de alquiler, calor humano a cambio de dinero. No puedo evitar que en mis labios se dibuje una sonrisa a medias, sarcástica y algo lobuna. Por ellos, y sus fútiles esperanzas, y por mí, sentado en la solitaria marquesina, mientras no deja de llover.
Suspiro y vuelvo a sonreír, con más ganas esta vez. Al menos me queda el olor a hierba fresca.
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