27 de agosto de 2009

Delirios de una Noche Insomne

No sé porque,
no sé si será por
tus ojos que me hipnotizan,
tu risa que me hechiza,
tu ingenio que me cautiva,
pero el caso es
que no puedo parar
de pensar en ti,
en tenerte cerca
y en hacer locuras,
juntos,
sin pensar en nada.

25 de agosto de 2009

Sonido a Olas Rompiendo

La brisa marina me acaricia suavemente, impregnando el aire de un fuerte olor a salobre. Cierro los ojos y aspiro con fuerza. Me encanta este olor. Hace que sientas todavía más vivo. A decenas de metros de la roca en la que estoy subido, el océano golpea incesantemente la base del acantilado con un ritmo irrelugar, pero, aún así, dotado de cierta harmonia.

Cuando giro la cabeza a mi alrededor, el paisaje cambia rádicalmente. En esta solitaria pradera al lado del Atlántico, uno esperaría encontrar un remanso de paz y sosiego, no una especie de estercolero. Pero así es el ser humano.

En una pequeña hondonada cubierta de hierba, la pasada noche alguien debió venir de celebración, pues todavía quedan los restos de varias botellas de alcohol. Una de ellas, de whisky por la etiqueta, yace esparcida en varios trozos. Cerca de ellas, se encuentran también unos cuantos preservativos usados.

Heredaremos la tierra dicen. Si, ya, claro, pero no hablan de en que estado la heredaremos. Recojo las botellas enteras y empiezo a andar en dirección al contenedor de la cercana playa. Y tomo una decisión, más tarde volveré con algunas bolsas y recogeré lo que pueda. Sé que lo que yo solo puedo hacer no será mucho, lo sé. Pero por poco que sea ayudará a marcar una diferencia y si más gente empieza a hacer lo mismo, quizás, no sé, quizás podamos hacer de este mundo un lugar mejor.

Cuando llego a la pared de rocas que, al subir la marea, marcan el límite de este islote, me encuentron con varios restos de plástico de colores diversos, rotso y desperdigados, cuya función soy incapaz de imaginar.

De nuevo, cierro los ojos intentando calmar la ira que bulle en mi interior, concentrando tan sólo en el sonido a olas rompiendo.

24 de agosto de 2009

El caballero Percival y la bruja Nimué

Esta fábula no es mía, pero la leí hace tiempo y siempre me ha parecido interesante, así que hoy os la regalo, aunque reconozco que he cambiado algunos detalles para hacerla más mía.

Esta historia nos lleva a una época antigua, una época de espada y brujería, la época del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, tiempo de hechicería y castillos de puentes levadizos, tiempo de intrigas y batallas heroicas, tiempo de dragones mágicos que arrojan fuego por la boca y de paladines de honor y valor ilimitados.

Pero el caso es que el rey Arturo había enfermado. En tan solo dos semanas su debilidad lo había postrado en su cama y ya apenas no comía. Todos los médicos de la corte fueron llamados para curar al monarca pero ninguno era capaz de diagnosticar su mal. Y pese a todos los cuidados, el rey no paraba de empeorar

Una mañana, mientras los sirvientes aireaban la habitación donde el rey yacía dormido, uno de ellos le dijo a otro con tristeza:

- Morirá…

En el cuarto estaba Sir Percival, el más heroico y apuesto de los caballeros de la mesa redonda y uno de los más fieles amigos de Arturo. Percival escuchó el comentario del sirviente y se puso de pie como un rayo, tomó al sirviente de las ropas y le gritó:

- Jamás vuelvas a repetir esa palabra, ¿entiendes? Arturo vivirá, el rey se recuperará…. Sólo necesitamos encontrar al médico que conozca su mal, ¿te ha quedado claro?

El sirviente, temblando, se animó a contestar:

- Lo que pasa, señor, es que Arturo no está enfermo, está embrujado.

No olvidemos que eran épocas donde la magia era tan lógica y natural como la ley de gravedad.

- ¿Por qué dices eso de una maldición? - preguntó Percival.

- Tengo muchos años, mi señor, y he visto decenas de hombres y mujeres en esta situación, y solamente uno de ellos ha sobrevivido.

- Si es así, eso quiere decir que existe una posibilidad… Dime cómo lo hizo ése, el que escapó de la muerte.

- Se trata de conseguir la ayuda de un brujo más poderoso que el que realizó el conjuro; si eso no se hace, el hechizado muere.

- Estoy seguro de que debe haber en Camelot un hechicero suficientemente poderoso, - dijo Percival - y si no está en el reino lo iré a buscar del otro lado del mar y lo traeré.

-Por lo que yo sé hay solamente dos personas suficientemente poderosas como para curar a Arturo, Sir Galahad; uno es Merlín, que ahora se encuentra en Avallach y tardaría al menos dos semanas en llegar y no creo que nuestro rey pueda soportar tanto.

- ¿Y la otra?

El viejo sirviente bajó la cabeza moviéndola de un lado a otro negativamente.

- La otra es Nimué, la bruja de la montaña… Pero aun cuando alguien fuera suficientemente valiente para ir a buscarla, lo cual dudo, ella jamás vendría a curar al rey que la expulsó del palacio hace tantos años.

La fama de Nimué era realmente siniestra. Se sabía que era capaz de transformar en su esclavo al más bravo guerrero con solo mirarlo a los ojos; se decía que con solo tocarla se le helaba a uno la sangre en las venas; se contaba que hervía a la gente en aceite para comerse su corazón. Pero Arturo era el mejor amigo que Percival había tenido en la vida, había batallado a su lado cientos de veces, había escuchado sus penas más banales y las más profundas. No había riesgo que él no corriera por salvar a su soberano, a su amigo y a la mejor persona que había conocido nunca. Percival calzó su armadura y montando su caballo se dirigió a la montaña Negra donde estaba la cueva de la bruja Nimué.

Apenas cruzó el río, notó que el cielo empezaba a oscurecerse. Nubes opacas y densas perecían ancladas al pie de la montaña. Al llegar a la cueva, la noche parecía haber caído en pleno día. Percival desmontó y caminó hacia el agujero en la piedra. Verdaderamente, el frío sobrenatural que salía de la gruta y el olor fétido que emanaba del interior lo obligaron a replantear su empresa, pero el caballero resistió y siguió avanzando por el piso encharcado y el lúgubre túnel. De vez en cuando, el aleteo de un murciélago lo llevaba a cubrirse instintivamente la cara.

A quince minutos de marcha, el túnel se abría en una enorme caverna impregnada de un olor acre y de una luz amarillenta generada por cientos de velas encendidas. En el centro, revolviendo una olla humeante, estaba Nimué

Era una típica bruja de cuento, tal y como se la había descrito su abuela en aquellas historias de terror que le contaba en su infancia para dormir y que lo desvelaban fantaseando la lucha contra el mal que emprendería cuando tuviera edad para ser un caballero de Camelot. Allí estaba, encorvada, vestida de negro, con las manos alargadas y huesudas terminadas en larguísimas uñas que parecían garras, los ojos pequeños, la nariz ganchuda, el mentón prominente y la actitud que encarnaba el espanto.

Apenas Percival entró, sin siquiera mirarlo Nimué le gritó:

- ¡Vete antes de que te convierta en un sapo o en algo peor!

- Es que he venido a buscarte, —dijo Percival— necesito ayuda para mi amigo que está muy enfermo.

- Je… je… je… - rió ácidamente Nimué - Sé quien eres, Percival de Camelot. Así que Arturo está embrujado y a pesar de que no he sido yo quien ha hecho el conjuro, nada hay que puedas hacer para evitar su muerte.

- Pero tú… seguro que tú eres más poderosa que quien hizo el conjuro, Nimué. Tú podrías salvarlo. - argumentó Percival.

- Pero, ¿por qué haría yo tal cosa? - preguntó la bruja recordando con resentimiento el desprecio del rey.

- Por lo que pidas, - dijo Percival - me ocuparé personalmente de que se te pague el precio que exijas, sea cual sea.

Nimué miró al caballero. Era ciertamente extraño tener a semejante personaje en su cueva pidiéndole ayuda. Aun a la luz de las velas Galahad era increíblemente apuesto, lo cual sumado a su porte lo convertía en una imagen de la gallardía y la belleza.

La bruja lo volvió a mirar de reojo y anunció:

- El precio es este: si curo al rey y solamente si lo curo….

- Lo que pidas… - dijo Percival.

- Te casarás conmigo.

Percival se estremeció. No concebía pasar el resto de sus días conviviendo con Nimué pero, sin embargo, era la vida de Arturo. Cuántas veces su amigo había salvado la suya durante una batalla. Le debía no una, sino cien vidas… Además, el reino necesitaba de la guía de Arturo.

- Así sea, - dijo el caballero - si curas a Arturo te desposaré, tienes mi palabra. Pero por favor, apúrate, temo llegar al castillo y que sea tarde para salvarlo.

En silencio, Nimué tomó una maleta, puso unos cuantos frascos de polvos y brebajes en su interior, recogió una bolsa de cuero llena de extraños ingredientes y se dirigió al exterior, seguida por Percival.

Al llegar afuera, Sir Percival trajo su caballo y con el cuidado con que se trata a una reina ayudó a Nimué a montar en la grupa. Montó a su vez y empezó a galopar hacia el castillo real. Una vez en el castillo, gritó al guardia para que bajara el puente, y éste con reticencia lo hizo. Franqueado por la gente de aquella fortaleza que murmuraba sin poder creer lo que veía o se apartaba para no cruzar su mirada con la horrible mujer, Percival llegó a la puerta de acceso a las habitaciones reales.

Con la mano impidió que Nimué se bajara por sus propios medios y se apuró a darle el brazo para ayudarla. Ella se sorprendió y lo miró casi con sarcasmo.

- Si vas a ser mi esposa, - le dijo él - debes ser tratada como tal.

Apoyada en su brazo, Nimué entró en la recámara real. El rey había empeorado desde la partida de Sir Percival; ya no despertaba ni se alimentaba.

El caballero mandó a todos a abandonar la habitación. El médico personal del rey pidió permanecer y Percival consintió.

Nimué se acercó al cuerpo de Arturo, lo olió, dijo algunas palabras extrañas y luego preparó un brebaje de un desagradable color verde que mezcló con un junco. Cuando intentó darle a beber el líquido al enfermo, el médico le tomó la mano con dureza.

- No. - dijo - Yo soy el médico y no confío en brujerías. Fuera de…

Y seguramente habría continuado diciendo “…de este castillo”, pero no llegó a hacerlo; Percival estaba a su lado con la espada cerca del cuello del médico y la mirada furiosa.

- No toques a esta mujer; - dijo Percival - y el que se va eres tú… ¡ahora! - gritó.

El médico huyó asustado. Nimué acercó la botella a los labios del rey y dejó caer el contenido en su boca.

- ¿Y ahora? - preguntó Percival.

- Ahora hay que esperar. —dijo Nimué.

Ya en la noche, Percival se quitó la capa y armó con ella un pequeño lecho a los pies de la cama de Arturo. Él se quedaría en la puerta de acceso cuidando de ambos.

A la mañana siguiente, por primera vez en muchos días, el rey despertó.

- ¡Comida! - gritó - Quiero comer… Tengo mucha hambre.

- Buenos días majestad. - saludó Galahad con una sonrisa, mientras hacía sonar la campanilla para llamar a la servidumbre.

- Mi querido amigo, - dijo el rey - siento tanta hambre como si no hubiese comido en semanas.

Es que no has comido en semanas. —le confirmó Galahad sonriendo.

En eso, a los pies de su cama apareció la imagen de Nimuémirándolo con una mueca que seguramente reemplazaba en ese rostro a la sonrisa. Arturo creyó que era una alucinación. Cerró los ojos y se los refregó hasta comprobar que, en efecto, ella estaba allí, en su propio cuarto.

- Nimué, te he dicho cientos de veces que no quería verte cerca de palacio. ¡Fuera de aquí! - ordenó el rey.

- Perdón majestad, - dijo Percival - pero debes saber que si la echas me estás echando también a mí. Es tu privilegio echarnos a ambos, pero si se va Nimué me voy yo.

- ¿Te has vuelto loco? - preguntó Arturo - ¿Adónde irías tú con este monstruo infame?

- Cuidado Arturo, eres mi amigo, pero estás hablando de mi futura esposa.

- ¿Qué? ¿Tu futura esposa? Yo he querido presentarte a las jóvenes casaderas de las mejores familias del reino, a las princesas más codiciadas de la región, a las mujeres más hermosas del mundo, y las has rechazado a todas. ¿Cómo vas ahora a casarte con ella?

Nimué se arregló burlonamente el pelo y dijo:

- Es el precio que ha pagado para que yo te cure.

-¡No! - gritó el rey - Me opongo. No permitiré esta locura. Prefiero morir.

- Ya está hecho, majestad. - dijo Percival.

- Te prohibo que te cases con Nimué. - ordenó Arturo.

- Majestad, - contestó Percival - existe solo una cosa en el mundo más importante para mí que una orden tuya, y esa es mi palabra. Yo hice un juramento y me propongo cumplirlo. Si tú te murieses mañana, habría dos eventos en un mismo día.

El rey comprendió que no podía hacer nada para proteger a su amigo de su juramento.

- Nunca podré pagar tu sacrificio por mí, Percival, eres más noble aún de lo que siempre supuse. - Arturo se acercó a Percival y lo abrazó - Dime alo que sea que pueda hacer por ti.

A la mañana siguiente, a pedido del caballero, en la capilla del palacio el sacerdote casó a la parePercival su bendición y un pergamino en el que cedía a la pareja los terrenos del otro lado del río y la cabaña en lo alto del monte.

Cuando salieron de la capilla, la plaza central estaba inusualmente desierta; nadie quería festejar ni asistir a esa boda; los corrillos del pueblo hablaban de brujerías, de hechizos trasladados, de locura y de posesión…

Percival condujo el carruaje por los ahora desiertos caminos en dirección al río y de allí por el camino alto hacia el monte. Al llegar, bajó presuroso y tomando a su esposa amorosamente por la cintura la ayudó a bajar del carro. Le dijo que guardaría los caballos y la invitó a pasar a su nueva casa.

Percival se demoró un poco más porque prefirió contemplar la puesta del sol hasta que la línea roja terminó de desaparecer en el horizonte. Recién entonces Sir Percival tomó aire y entró.

El fuego del hogar estaba encendido y, frente a él, una figura desconocida estaba de pie, de espaldas a la puerta. Era la silueta de una mujer vestida en gasas blancas semitransparentes que dejaban adivinar las curvas de un cuerpo cuidado y atractivo.

Percival miró a su alrededor buscando a la mujer que había entrado unos minutos antes, pero no la vio.

- ¿Dónde está mi esposa? - preguntó.

La mujer giró y Percival sintió su corazón casi salírsele del pecho. Era la más hermosa mujer que había visto jamás. Alta, de tez blanca, ojos claros, largos cabellos rubios y un rostro sensual y tierno a la vez. El caballero pensó que se habría podido enamorar de aquella mujer en otras circunstancias.

- ¿Donde está Nimué, mi esposa? - repitió, ahora un poco más enérgico.

La mujer se acercó un poco y en un susurro le dijo:

- Tu esposa, querido Percival, soy yo.

- No me engañas, yo sé con quién me casé - dijo Galahad - y no se parece a ti en lo más mínimo.

-Has sido tan amable conmigo, querido Galahad, has sido cuidadoso y gentil conmigo aun cuando sentías que aborrecías mi aspecto, me has defendido y respetado tanto como nadie lo hizo nunca, que te creo merecedor de esta sorpresa… La mitad del tiempo que estemos juntos tendré este aspecto que ves, y la otra mitad del tiempo, el aspecto con el que me conociste… - Nimué hizo una pausa y cruzó su mirada con la de Sir Percival - Y como eres mi esposo, mi amado y maravilloso esposo, es tu privilegio tomar esta decisión: ¿Qué prefieres, esposo mío? ¿Quieres que sea ésta de día y la otra de noche o la otra de día y ésta de noche?

Dentro del caballero el tiempo se detuvo. Este regalo del cielo era más de lo que nunca había soñado. Él se había resignado a su destino por amor a su amigo Arturo y allí estaba ahora pudiendo elegir su futura vida. ¿Debía pedirle a su esposa que fuera la hermosa de día para pasearse ufanamente por el pueblo siendo la envidia de todos y padecer en silencio y soledad la angustia de sus noches con la bruja? ¿O más bien debía tolerar las burlas y desprecios de todos los que lo vieran del brazo con la bruja y consolarse sabiendo que cuando anocheciera tendría para él solo el placer celestial de la companía de esta hermosa mujer de la cual ya se había enamorado?

Sir Percival, el noble y justo Sir Percival, pensó y pensó y pensó, hasta que finalmente levantó la cabeza y habló:

- Ya que eres mi esposa, Nimué, mi amada y elegida Nimué, te pido que seas… la que tú quieras ser en cada momento de cada día de nuestra vida juntos…

Cuenta la leyenda que cuando Nimué escuchó esto y se dio cuenta de que podía elegir por sí misma ser quien ella quisiera, decidió ser todo el tiempo la más hermosa de las mujeres.

Cuentan que desde entonces, cada vez que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos autoriza a ser quienes somos, invariablemente nos transformamos.

23 de agosto de 2009

Olor a Gasolina y Neumáticos Quemados

La megafonía de la estación empieza a anunciar el autobus que me llevara a mi destino, así que recojo mi mochila y bajó hasta la dársena indicada. Pese a todo, y tal y como preveía, éste todavía no ha llegado, con lo que tranquilamente vuelvo a apoyar de nuevo la mochila en el suelo y con la vista todavía algo cansada por la falta de sueño de estos últimos días, miro a mi alrededor hacia el resto de gente con el que compartiré varias horas de este viaje, con algunos incluso las más de diez que me quedan por delante. A mi izquierda se encuentra un hombre al que le calculó más de cuarenta años, algo calvo, y con una marcada barriga, como si esto no fuera suficientemente revelador, a sus pies se encuentran, además del equipaje, tres bolsas de plástico, rellenas hasta rebosar, de repostería típica de la zona que en unos minutos abandonaremos. A mi derecha, sentados en el suelo, se encuentra un grupo de jóvenes, que, por su cabello rubio y piel roja, asumo que son turistas. Bueno, y que no han tomado demasiada precaución al ir a la playa. Pese a la hora en la que nos encontramos estan medio adormilados, de hecho, incluso una chica parece estar durmiendo, apoyada su cabeza sobre otra joven del grupo. Una familiar forma de hablar atrae mi atención hacia una señora mayor que llega cargada con varios fardos. Su estampa se parece tanto a la típica madre de familía gallega que parece sacada de un libro infantil. Junto a ella y ayudandola con las bolsas llegan dos chicas que deben estar rondando la treintena, una de ellas, vestida con un amplio pantalón verde y una camiseta blanca me llama poderosamente la atención. Y justo en ese momento llega el autobus.

Tras cargar nuestros equipajes y subir al interior, descubro, no sin cierto placer, que los asientos de las chicas de antes se encuentran cerca del mío, especialmente el de la chica de gafas que se encuentra en la fila de delante pero al otro lado del pasillo, cosa que hace que tenga una vista perfecta de ella.

Las horas de viaje se suceden lentamente, casi como si avanzaramos contra el tiempo mismo, pero a medida que recorremos kilómetros, unos pensamientos no paran de acometer insistentemente a mi mente. Y es que por alguna extraña razón, no puedo parar de pensar en aquella chica, su piel ligeramente bronceada y de aspecto suave, su pelo oscuro y recogido en una pequeña coleta, su cara, de rasgos angulosos, ligeramente suavizodos por las gafas que lleva, que lejos de quitarle atractivo, como algunos dicen, la dotan, desde mi punto de vista, de una mayor sensualidad, su cuerpo delgado, pero en apariencia, atlético, sus pechos, pequeños. Es como si todo en su cuerpo exudará sensualidad a expuertas.

Mientras el cansancio lucha contra la incomodidad de los rígidos asientos, mi imaginación no para de poblar mi mente de imágenes de su cuerpo desnudo, creando la sensación del contacto de su piel, sus besos y caricias, nuestros brazos rodeandonos, rodeando nuestros cuerpos desnudos.

Pero la realidad es acuciante, me obligó a recordar, y lo único que nos envuelve es un olor a gasolina y neumáticos quemados.

22 de agosto de 2009

Elegía a un Falso Amor

Ahora lo sé,
sé la verdad.

Sé que nunca me escuchaste,
sé que nunca me comprendiste,
ni lo intentaste,
sé que nunca te importaron
mis sentimientos.

Pero todo lo que vivimos juntos
forma parte de mi.
(y también de ti)

7 de agosto de 2009

Sabor a Tabaco y Alcohol

En la oscura sala, en mitad de un confuso laberinto de humo y difusas luces, rebotaban de un lado a otro las canciones típicas que uno podía oír en cualquier canal de radio. No era mi música favorita, la verdad, pero bueno, como mínimo se puede decir que era bailable. Además tampoco era mi día. No. Se trataba de la boda de mi prima y lo importante era que nos lo pasaramos bien. Y acerca de eso, no tenía nada que objetar.

Me encontraba en medio de un grupo, con algunos miembros más de nuestra familía y algún que otro amigo y amiga de los novios bailando, al menos divirtiéndonos simulandolo, una canción española de artista indefinido. No lo negaré, a mi oído, la mayoría de los grupos actuales se parecen mucho, y a esas horas más.

Entonces, el DJ cambió de estilo de música, sorprendiendonos con Mariacaipirinha de Carlinhos Brown. Esa canción con la que Clos montó esa especie de carnaval ambulante por las calles de Barcelona. No tenía ni idea de como se bailaba, pero de lo que se trataba era de pasarselo bien, asi que, ni corto ni perezoso, empecé a moverme, intentando que fuera lo más cercano al ritmo de la música que podía.

Entonces se acercó ella. No sé bien quién era. Nunca la había visto antes. Nunca hasta que durante el baile anterior se juntó con nuestro pequeñó grupo. La cuestión es que se acercó a mí, a apenas medio palmo de mi rostro y se pusó a bailar conmigo.

Su cara me llamó mucho la atención, sobre todo su boca y sus dientes, que le daban una sonrisa peculiar, característica, que junto con su largo pelo moreno, hacían que tuviera un enorme parecido con una joven Paz Vega.

La cuestión es que la chica empezó a moverse de manera frenética y sensual. Quizás en parte esperando que me amedrentara. Pero no lo hize. No, esa noche. En lugar de eso, hice todo lo que estaba dentro de mi escasa capacidad para seguirle el ritmo. En medio de uno de los movimientos, nuestras caras quedaron separadas por apenas unos escasos centímetros y entonces, ocurrió.

Su labios chocaron con fuerza contra los míos y su lengua penetró con fuerza dentro mi boca, buscando la mía. Durante un segundo, un largo segundo, no supe que hacer a continuación, como reaccionar. Pero, como si notara mi duda, ella actuó por mí y sus brazos rodearon mi cuerpo, mientras sus labios no paraban de moverse con fuerza y su lengua se frotaba con la mía, llenandome la boca de naranja con un leve toque de vodka.

Finalmente, mis ojos se cerraron y mi mente se entrego al tibio placer de sus labios y a su sabor a tabaco y alcohol.

6 de agosto de 2009

Verano de 1176

Un grupo de gaviotas chillaba animadamente ante la llegada de un nutrido grupo de barcos mercantes. Estos siempre representaban una abundante fuente de comida para esos pájaros carroñeros que tanto abundaban en las poblaciones humanas costeras.

Roger sonrió ante el grito de esas aves mientras una suave brisa marina le acariciaba el pelo largo. Todo era tan diferente de casa. De ese pequeño valle en el que había crecido y que ahora quedaba tan, tan lejos.

Hacía ya más de un año que había abandonado su hogar en los Pirineos y en todo este tiempo, el mundo había crecido enormemente. No, se obligó a pensar, el mundo no ha crecido, siempre ha sido igua de grande es sólo que ahora sé más cosas de él.

De camino a Marsella se habían cruzado con un grupo de cátaros. Pese a ser cristianos como ellos, veían algunas cuestiones de manera muy diferente a como siempre le habían enseñado. Al principio, a Roger le fue muy sencillo pensar que simplemente estaban equivocados. Al fin y al cabo, los cátaros eran un grupo pequeño que se encontraba sólo al otro lado de los Pirineos y ellos, los verdaderos cristianos estaban por todas partes. A medida que iba avanzando el viaje, empezó a cambiar su punto de vista y se lamentaba de no haber aprovechado la oportunidad de aprender algo más de ellos.

En Marsella en el barco en el que embarcaron viajaban también varias familías judías. Pero, sobre todo, estaba Judith. Una mujer de veinticinco años que se había quedado viuda recientemente y que volvía a Italia con su familía. Todo en su figura era embriagante y sensual y le enseñó a Roger un mundo nuevo de sensaciones y placeres. Ahora, que llegaba finalmente a su meta, todavía podía sentir en sus dedos el recuerdo de la suave piel de la mujer judía.

A su lado el caballero de Montcada desembarcó en el puerto de Paphos y casi por pura inercia Roger le siguió. Que fácil había sido irse de casa de sus padres el año anterior. El mundo era tan pequeño, tan sencillo. Ellos, los cruzados, eran lo buenos y tenían el deber de vencer al perro infiel y recuperar Tierra Santa. Pero ya no lo veía tan claro.

Lo que antes era una simple composición de blanco y negro ahora se había convertido en un matiz de grises. ¿Estaría haciendo lo correcto?

Mientras seguía con el debate interno, Roger Desllor siguió el camino que le llevaría al capítulo de la Orden de los Caballeros del Hospital de San Juan, donde sería ordenado Caballero de Honor y Devoción.

4 de agosto de 2009

Visión entre Humo y Sombras

Ya llevábamos vistados un par de locales esa noche, aunque sería mejor llamarlos antros, cuando nos dirigimos a esa discoteca. De todas maneras, lo que importa no es el sitio en el que te encuentras, sino la gente que te acompaña, o al menos eso es lo que dicen en las películas. La verdad sea dicha es que hasta ese momento me había reído bastante con los compañeros con los que salimos de fiesta.

El portero abrió la puerta del local y tras una cerrada bruma, mezcla de humo de tabaco y esa especie de niebla que echan de vez en cuando, y un tenúe iluminación, apenas se distinguían unas siluetas borrosas. Una vez bajada ya la rampa de acceso se tenía mejor perspectiva del local y de la gente que allí se encontraba.

A unos escasos metros de la entrada, se encontraba un grupo de unas siete u ocho chicas. Teniendo en cuenta que nosotros eramos un grupode cuatro solteros, no hace falta decir que eso atrajo nuestra atención, mentiría si no lo hiciera. Pero mientras mis compañeros no dejaban de devorar con la mirada a dos de ellas que se encontraban al frente y lucían pronunciados escotes, mi atención se quedó prendida de otra integrante del grupo. Era una chica delgada y bastante alta, con el pelo rubio hasta los hombros y grandes ojos que quedaban parcialmente tapados por una gafas de montura grisácea. Como si una mano invisible obrará en nuestros movimientos, el flujo de gente nos obligó a permanecer allí detenidos. Y mientras mis amigos no paraban de hacer comentarios sobre las dos chicas llamativas, yo no podía apartar la vista de aquella joven. A lo mejor se dio cuenta de mi mirada o quizás fue sólo casualidad, pero su sus ojos se encontraron con los míos, y durante unos instantes, sentí como si el mundo entero se detuviese, sólo estábamos ella y yo. Como accionados por un mismo resorte, ambos sonreímos a la vez. Su rostro se ruborizó levemente y apartó la mirada, sin dejar de mantener esa leve sonrisa. Normalmente me cuesta acercarme a hablar con desconocidos, especialmente con chicas, pero esa noche había algo diferente. No sé el que, y justo cuando me dispuse a dar el primer paso en su dirección, notó una fuerza que se me lleva. Una de las corrientes humanas que se movía por dentro de la discoteca nos cogió y nos desplazó hasta la barra.

Al llegar a ella, mis compañeros se detuvieron y empezaron a pedir algunos cubatas para saciar su sed y, en sus magnificadas fantasías, coger valor para ligar con las chicas de antes u otras similares proporciones físicas. Mientras la camarera, a la que no paraban de mirar les servía, me dí la vuelta en busca de aquella chica. Pero ya no la ví. Donde antes se encontraba su grupo, había ahora un grupo de chavales jóvenes de los que dedican el tiempo libre a ir al gimnasio a muscularse. Sin darme todavía por vencido, recorrí el local con la mirada. En algún sitio u otro tenían que estar. No era posible que se hubieran desvanecido en el aire, ¿verdad? Pero eso es lo que parecía. Con un suspiro de resignación al no hallar rastro de esa chica o al menos de una de las del grupo me dí la vuelta hacia mis amigos.

La noche avanzaba lentamente, igual que se deslliza el aceite derramado. Y yo no podía quitarme de la cabeza de la imagen de aquella chica. Sus rasgos suaves, ligeramente redondeados, su pelo liso, de un color pajizo, que clamaba ser acariciado. Su cuerpo fino y delgado, que con cada minuto que pasaba recordando su imagen, mayores ganas tenía de tener entre mis brazos. Su vestimenta, una simple camiseta negra, lisa y unos tejanos mostraban una preocupación por la estética similar a la mía, cuya vestimenta, por pura casualidad constaba también de una camiseta lisa de color negro y unos cómodos tejanos.

Mientras mis amigos seguían con la mirada a una u otra chica, vestida con revelador escote o corta falta, yo no paraba de buscar a esa chica con la mirada. Más de una vez tuve que detener mi tren de pensamientos, que, para mi gusto, se acercaba demasiado a la obsesión. Tal y como era previsible ninguno de mis amigos entabló conversación con aquellas chicas con cuyas miradas desnudaban. Quizás fue por esa misma falta de interés por mi parte que una de esas chicas se acercó a mi a hablar. Estuvimos hablando un par de minutos, pero su conversación resultó ser tan vacía como llamativo pretendía que fuera su físico. Así que decidí volver con mis amigos. Y tal y como sabía que ocurriría no comprendieron mi decisión. Pero uno se acostumbra. Y es que no sólo esta el hecho de que tiene que haber algo más allá del físico, sino que mis gustos estéticos son algo diferentes de aquellos de la mayoría de hombres.

En una de las relocalizaciones que hicimos dentro de la discoteca, llegamos cerca de la puerta. Y el corazón se me aceleró. Al detenernos, quedé cara a cara con ella, apenas nos separaban dos o tres metros, donde estaban bailando unas chicas más bajas que nosotros dos. Al principio, su rostro mostraba un gesto de aburrimiento que desapareció como una tormenta de verano cuando sus ojos se cruzaron con los míos. No pude verme, pero estoy completamente seguro de que mi cara también reveló claramente la emoción que sentí al verla de nuevo. Pero, entonces, una de sus amigas se acercó y tras decirle algo al oído, empezó a llevarsela hacia fuera. Dispuesto a no volver a perder esa oportunidad, me dirigí hacia ellas, pero justo en ese momento, la chicas que tenía enfrente se giraron bailando. Tarde un poco antes de poder abrirme paso, hacia la puerta del local. Cuando finalmente llegué a la calle, el frío aire nocturno me recibió como una bofetada en pleno rostro. Miré a un lado y hacia otro, pero no las vi por ningún sitio. Iba a preguntarle al portero, cuando oí un ruido de motor y por delante de nosotros, pasó un Cordoba blanco. Ella iba al volante. De nuevo, suspiré de resignación. A veces parece que no se puede luchar contra la adversidad. Por lo menos, me seguía quedando el recuerdo de su visión entre humo y sombras.