La megafonía de la estación empieza a anunciar el autobus que me llevara a mi destino, así que recojo mi mochila y bajó hasta la dársena indicada. Pese a todo, y tal y como preveía, éste todavía no ha llegado, con lo que tranquilamente vuelvo a apoyar de nuevo la mochila en el suelo y con la vista todavía algo cansada por la falta de sueño de estos últimos días, miro a mi alrededor hacia el resto de gente con el que compartiré varias horas de este viaje, con algunos incluso las más de diez que me quedan por delante. A mi izquierda se encuentra un hombre al que le calculó más de cuarenta años, algo calvo, y con una marcada barriga, como si esto no fuera suficientemente revelador, a sus pies se encuentran, además del equipaje, tres bolsas de plástico, rellenas hasta rebosar, de repostería típica de la zona que en unos minutos abandonaremos. A mi derecha, sentados en el suelo, se encuentra un grupo de jóvenes, que, por su cabello rubio y piel roja, asumo que son turistas. Bueno, y que no han tomado demasiada precaución al ir a la playa. Pese a la hora en la que nos encontramos estan medio adormilados, de hecho, incluso una chica parece estar durmiendo, apoyada su cabeza sobre otra joven del grupo. Una familiar forma de hablar atrae mi atención hacia una señora mayor que llega cargada con varios fardos. Su estampa se parece tanto a la típica madre de familía gallega que parece sacada de un libro infantil. Junto a ella y ayudandola con las bolsas llegan dos chicas que deben estar rondando la treintena, una de ellas, vestida con un amplio pantalón verde y una camiseta blanca me llama poderosamente la atención. Y justo en ese momento llega el autobus.
Tras cargar nuestros equipajes y subir al interior, descubro, no sin cierto placer, que los asientos de las chicas de antes se encuentran cerca del mío, especialmente el de la chica de gafas que se encuentra en la fila de delante pero al otro lado del pasillo, cosa que hace que tenga una vista perfecta de ella.
Las horas de viaje se suceden lentamente, casi como si avanzaramos contra el tiempo mismo, pero a medida que recorremos kilómetros, unos pensamientos no paran de acometer insistentemente a mi mente. Y es que por alguna extraña razón, no puedo parar de pensar en aquella chica, su piel ligeramente bronceada y de aspecto suave, su pelo oscuro y recogido en una pequeña coleta, su cara, de rasgos angulosos, ligeramente suavizodos por las gafas que lleva, que lejos de quitarle atractivo, como algunos dicen, la dotan, desde mi punto de vista, de una mayor sensualidad, su cuerpo delgado, pero en apariencia, atlético, sus pechos, pequeños. Es como si todo en su cuerpo exudará sensualidad a expuertas.
Mientras el cansancio lucha contra la incomodidad de los rígidos asientos, mi imaginación no para de poblar mi mente de imágenes de su cuerpo desnudo, creando la sensación del contacto de su piel, sus besos y caricias, nuestros brazos rodeandonos, rodeando nuestros cuerpos desnudos.
Pero la realidad es acuciante, me obligó a recordar, y lo único que nos envuelve es un olor a gasolina y neumáticos quemados.
Tras cargar nuestros equipajes y subir al interior, descubro, no sin cierto placer, que los asientos de las chicas de antes se encuentran cerca del mío, especialmente el de la chica de gafas que se encuentra en la fila de delante pero al otro lado del pasillo, cosa que hace que tenga una vista perfecta de ella.
Las horas de viaje se suceden lentamente, casi como si avanzaramos contra el tiempo mismo, pero a medida que recorremos kilómetros, unos pensamientos no paran de acometer insistentemente a mi mente. Y es que por alguna extraña razón, no puedo parar de pensar en aquella chica, su piel ligeramente bronceada y de aspecto suave, su pelo oscuro y recogido en una pequeña coleta, su cara, de rasgos angulosos, ligeramente suavizodos por las gafas que lleva, que lejos de quitarle atractivo, como algunos dicen, la dotan, desde mi punto de vista, de una mayor sensualidad, su cuerpo delgado, pero en apariencia, atlético, sus pechos, pequeños. Es como si todo en su cuerpo exudará sensualidad a expuertas.
Mientras el cansancio lucha contra la incomodidad de los rígidos asientos, mi imaginación no para de poblar mi mente de imágenes de su cuerpo desnudo, creando la sensación del contacto de su piel, sus besos y caricias, nuestros brazos rodeandonos, rodeando nuestros cuerpos desnudos.
Pero la realidad es acuciante, me obligó a recordar, y lo único que nos envuelve es un olor a gasolina y neumáticos quemados.
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