La brisa marina me acaricia suavemente, impregnando el aire de un fuerte olor a salobre. Cierro los ojos y aspiro con fuerza. Me encanta este olor. Hace que sientas todavía más vivo. A decenas de metros de la roca en la que estoy subido, el océano golpea incesantemente la base del acantilado con un ritmo irrelugar, pero, aún así, dotado de cierta harmonia.
Cuando giro la cabeza a mi alrededor, el paisaje cambia rádicalmente. En esta solitaria pradera al lado del Atlántico, uno esperaría encontrar un remanso de paz y sosiego, no una especie de estercolero. Pero así es el ser humano.
En una pequeña hondonada cubierta de hierba, la pasada noche alguien debió venir de celebración, pues todavía quedan los restos de varias botellas de alcohol. Una de ellas, de whisky por la etiqueta, yace esparcida en varios trozos. Cerca de ellas, se encuentran también unos cuantos preservativos usados.
Heredaremos la tierra dicen. Si, ya, claro, pero no hablan de en que estado la heredaremos. Recojo las botellas enteras y empiezo a andar en dirección al contenedor de la cercana playa. Y tomo una decisión, más tarde volveré con algunas bolsas y recogeré lo que pueda. Sé que lo que yo solo puedo hacer no será mucho, lo sé. Pero por poco que sea ayudará a marcar una diferencia y si más gente empieza a hacer lo mismo, quizás, no sé, quizás podamos hacer de este mundo un lugar mejor.
Cuando llego a la pared de rocas que, al subir la marea, marcan el límite de este islote, me encuentron con varios restos de plástico de colores diversos, rotso y desperdigados, cuya función soy incapaz de imaginar.
De nuevo, cierro los ojos intentando calmar la ira que bulle en mi interior, concentrando tan sólo en el sonido a olas rompiendo.
Cuando giro la cabeza a mi alrededor, el paisaje cambia rádicalmente. En esta solitaria pradera al lado del Atlántico, uno esperaría encontrar un remanso de paz y sosiego, no una especie de estercolero. Pero así es el ser humano.
En una pequeña hondonada cubierta de hierba, la pasada noche alguien debió venir de celebración, pues todavía quedan los restos de varias botellas de alcohol. Una de ellas, de whisky por la etiqueta, yace esparcida en varios trozos. Cerca de ellas, se encuentran también unos cuantos preservativos usados.
Heredaremos la tierra dicen. Si, ya, claro, pero no hablan de en que estado la heredaremos. Recojo las botellas enteras y empiezo a andar en dirección al contenedor de la cercana playa. Y tomo una decisión, más tarde volveré con algunas bolsas y recogeré lo que pueda. Sé que lo que yo solo puedo hacer no será mucho, lo sé. Pero por poco que sea ayudará a marcar una diferencia y si más gente empieza a hacer lo mismo, quizás, no sé, quizás podamos hacer de este mundo un lugar mejor.
Cuando llego a la pared de rocas que, al subir la marea, marcan el límite de este islote, me encuentron con varios restos de plástico de colores diversos, rotso y desperdigados, cuya función soy incapaz de imaginar.
De nuevo, cierro los ojos intentando calmar la ira que bulle en mi interior, concentrando tan sólo en el sonido a olas rompiendo.
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