30 de enero de 2011

La Historia del Zarévich Viktor (I)

Hace ya muchos, muchos años, en la grande y fría Rusia, vivía el zar Aleksey, junto con su tres hijos, Dmitriy, Borislav y Viktor. Un día, el zar cayó enfermo de manera repentina y nada parecía proporcionarle mejora ni alivio. Por su palacio pasaron los mejores médicos del reino, y ninguno de ellos supo hallar una cura que funcionase. Hasta que un día, en el que llegó una vieja matrona y tras observar al zar se llevó a su tres hijos a parte.

- La enfermedad de vuestro padre no es natural y ningún brebaje o ungüento podrá salvarle.

- Padre morirá. - Borislav, el hermano mediano, empezó a llorar desconsolado.

- No os desaniméis todavía, jóvenes zaréviches. Existe un remedio para su aflicción.

- Dinos ya cual es, bruja. - interrumpió bruscamente Dmitriy, el hermano mayor.

- ¿Son esas maneras de tratar a quién viene a vosotros con ayuda? Para poder curarlo, necesitaré una de las plumas del Pájaro de Fuego.

- Eso es maravilloso. - exclamó jubiloso Viktor, el hermano pequeño - Gracias por tus sabias palabras. Vamos a contárselo a padre.

El zar, pese a su estado afligido, dio las gracias a su hijo menor y elogió la sabiduría de la anciana. Pero los hermanos mayores sintieron envidia de él.

- No creemos, padre que sea una gran proeza arrancar a un pájaro una de sus plumas. Nosotros iremos en busca del Pájaro de Fuego y te lo traeremos.

Reflexionó el zar unos instantes y, al fin, consintió en ello. Los zaréviches Dmitriy y Borislav hicieron sus preparativos para el viaje y, una vez terminados, se pusieron en camino. Viktor pidió permiso a su padre para que lo dejase marchar y, aunque el zar y sus consejeros quisieron disuadirlo, tuvieron que ceder finalmente a sus ruegos y dejarlo partir.

El zarévich Viktor, después de atravesar extensas llanuras y altas montañas, se encontró en un sitio del que partían tres caminos y donde había un poste con la siguiente inscripción.

Aquél que tome el camino de enfrente no llevará a cabo su empresa, porque perderá el tiempo en diversiones: el que tome el de la derecha conservará la vida, si bien perderá su caballo, y el que siga el de la izquierda, morirá.

El zarévich Viktor reflexionó un rato y, finalmente, tomó el camino de la derecha.

27 de enero de 2011

Deseo, Anhelo

Deseo conocerte, 
conocerte mejor, 
saber qué cosas 
te hacen reír, 
te hacen llorar, 
en que sueñas de día 
y lo que no te deja dormir 
por las noches. 

Anhelo poder 
rodearte con mis brazos, 
mientras tú 
me envuelves con los tuyos, 
sentirte cerca, 
notar como 
nos fundimos en un abrazo. 

Deseo vivir 
ese breve instante 
donde nuestras miradas 
se cruzan y nos acercamos, 
y besarnos, 
sentir el tacto 
de tus labios, 
el aroma de tu aliento. 

Anhelo sentir 
tu cuerpo desnudo, 
rozando el mío, 
explorar delicada 
y apasionadamente 
los secretos rincones 
de tu dulce anatomía. 

Pero, en el fondo, 
lo que mueve mi alma, 
sería poder, un día,
despertar a tu lado.
Abrir los ojos soñolientos,
y encontrar tu rostro,
una sonrisa adormilada
en esa cara angelical.
Acariciar tus mejillas,
besar tu frente,
mientras sueñas.
Quedarme embelesado,
mirándote
hasta que despertases.

25 de enero de 2011

15 de Agosto de 1998

Hoy Aisling cumplía veintiún años. Jack estaba exultante, había estado planeándolo todo durante los últimos días. Hasta el más mínimo detalle. El día de hoy iba a ser especial, y no iba a dejar nada en manos del azar.

Mientras sus tíos, Patrick y Mary, la entretenían, había aprovechado para buscar, en el último momento la tarta. Mientras estaba guardándola en el coche, sucedió. El suelo, los edificios, el mismo aire,… Todo tembló acompañando el bramido de una explosión.

Los reflejos de Jack actuaron rápidamente, poniéndolo en alerta y, mientras volteaba en el suelo, la tarta se estrelló contra el asfalto. La miró con algo de tristeza, pero había algo que lo preocupaba todavía más. Le explosión había sonado muy cercana. Demasiado.

Sin siquiera cerrar el maletero del coche, empezó a correr hacia allí donde se empezaba a formar una nube de escombros y polvo. Confirmándose a medida que avanzaba, aquello que sospecha y temía. La explosión había derrumbado el bloque de edificios donde vivían sus tíos. Donde se encontraban en ese momento. Donde estaba Aisling.

Se abrió camino a codazos a través de la muchedumbre curiosa que rodeaba la escena, corriendo hacia las ruinas del edificio, ignorando los gritos de la gente o los intentos de frenarlo. Como poseído, empezó a levantar cascotes, a apartar vigas. La razón se había quedado en segundo plano y eran la rabia y el miedo los que movían su cuerpo. Estaba tan absorto en su tarea que no oyó las sirenas de los bomberos, ambulancias y policías que llegaban al lugar.

Cuando uno de los bomberos se acercó a él para llevárselo del sitio, le dio un fuerte codazo en el plexo solar, obligándole a doblarse y dejándolo sin respiración. Y tras ese momentánea detención, siguió con su febril actividad. Se estaban acercando un par de agentes de policía cuando, tras conseguir apartar un trozo de pared se encontró con Aisling. Estaba muerta.

23 de enero de 2011

Regalo de un Extraño

Tras un alargado suspiro, Sébastien apuró el vaso de whiskey escocés mientras intentaba entender como se había dejado convencer por Jacques y acabar en este local. Jacques. El único amigo que todavía conservaba de la infancia y que, en muchos aspectos todavía estaba anclado en la adolescencia. Era un buen tipo, sólo que…

- ¿Verdad que tenía razón, Sébastien? - preguntó eufórico mientras se revolvía en busca de su billetera - Lo mejor para olvidar las penas es ver mujeres desnudas.

Sébastien hizo una mueca como toda respuesta y se hundió más en el asiento, mientras a su lado, su amigo se incorporaba para meter un billete de 10 euros en el tanga de la joven de piel clara que, en ese momento, estaba bailando. Irónicamente, se le ocurrió que, seguramente a tío Gilles le hubiera encantado este lugar. Mal iluminado, con alcohol y lleno de chicas jóvenes, semidesnudas. De hecho, no le sorprendería saber que había venido alguna vez.

- Voy un momento al baño. Y disfruta, que la vida es para eso.

Bastante apático, Sébastien dirigió la mirada hasta el escenario por el que ahora entraba una joven pelirroja, de facciones británicas, vestida con la típica falda escocesa y una camisa blanca. Cuando ésta se acercó al público y, sensualmente, empezó a desabrocharse la camisa, la mirada de Sébastien volvió a vagar por el local.

- Hola, Sébastien. - oyó que le decía alguien.

Se giró, y se encontró delante de él a una joven de piel bronceada y sedoso pelo negro, delgada y notablemente menos voluptuosa que las bailarinas.

- No quiero nada más, gracias. - dijo cogiendo con una mano el vaso vacío.

- No es por eso. - sonrío a ampliamente, mostrando unos dientes blancos entre sus carnosos labios - Ven conmigo.

Y tomándole de la mano, le instó a seguirla hasta la zona de reservados. Normalmente, Sébastien hubiera opuesta rápida resistencia, pero es que esa chica físicamente era una encarnación de su tipo de mujer. Desde la intensidad de sus ojos verdes, hasta la forma poco sinuosa de su cuerpo. Es como ver su ideal plasmado en alguien real.

- Espera, no estoy interesado en… - dijo cuando finalmente tomó conciencia de la situación.

- No pienses en ello. Lo han pagado para ti.

Eso le sorprendió un poco, aunque amante de este tipo de cosas, Jacques no era precisamente desprendido con el dinero. Aunque, ahora que se daba cuenta, la chica le había llamado por su nombre. Sébastien sentía que, pese a todo, tendría que resistirse, pero sintiendo tan cercana a él, la piel bronceada de la chica, acabó siguiéndola dócilmente hasta una pequeña sala, dónde ella lo llevó hasta un cómodo asiento forrado de terciopelo rojo. La chica le dio la espalda, mientras acercaba un pequeño objeto que resultó ser un enfriador para una botella de champagne, en la otra mano llevaba dos copas.

- Otro regalo de tu amigo. - y llenó las botellas con el dorado líquido - Por el placer. - dijo mientras le acercaba la copa para brindar.

Todavía confuso, Sébastien actuó por inercia y chocó la copa con ella e igual que hacia la chica, la vació de un trago. Nunca había probado un champagne que supiese de esa manera. Extrañado, cuando ella cogió la botella para volver a llenar las copas, la tomó y miró el etiquetado. Pernod-Ricard. Pero, no podía ser. Una sola botella valía… Sébastien no estaba seguro, pero probablemente se acercase a los mil euros, si no lo superaba. Todo esto era muy extraño…

Entonces, la joven se acercó hacia él y mientras le acariciaba el rostro con la mano, siguió hasta que sus labios se encontraron invadiendo, segundos después, la boca de él con su lengua. Fue como si la mente de Sébastien, su cautela, se apagaran. Nada tenía sentido, así que no valía la pena encontrarlo. Y se entregó al apasionado beso.

La chica, mientras no dejaban de besarse se quitó la ropa y se sentó en su regazo, apretando su cuerpo en el de él, cogiéndole las manos y llevándolas, recorriendo su espalda hasta su nalgas, Momento en el que empezó a contonearse, sin dejar, en ningún momento que los labios de Sébastien se separaran de los suyos.

La euforia y la excitación corrían aceleradas por el torrente sanguíneo del marsellés a medida que la chica movía la cintura sobre la suya y apretaba su pecho con el de él. Notaba en sus manos el suave tacto de su piel, en su boca, su tibio sabor. Todo el ardía de deseo.

Como si lo notara, la chica paró de moverse y levantándose ligeramente, dirigió sus manos hacia el pantalón de Sébastien, desabrochándolo y abriéndolo ligeramente, apartando, luego, a sus calzoncillo del camino. Mientras una mano, volvía a acariciar el cuello del marsellés, con la otra tomó su miembro erecto y, tras acariciarlo, se colocó encima de él, contoneándose de nuevo.

Casi una hora después, Sébastien volvió al sitio que ocupaba al lado de Jacques. Ligeramente perturbado todavía por lo que había ocurrido, pero sin arrepentirse en lo más mínimo.

- Por fin has vuelto. - le espetó su amigo - Empezaba a pensar que te habías ido.

Esas palabras le detuvieron a mitad del proceso de sentarse. Las cosas se ponían todavía más confusas.

- To… todo bien. - articuló finalmente al sentarse.

¿A qué demonios había venido eso? ¿Quién lo había organizado? ¿Por qué? Mientras su mirada cruzaba la sala en busca de una pista, se encontró, sentado en un taburete al mismo joven que estaba fumando apoyado en un mausoleo durante el entierro de su tío Gilles. Los ojos dorados de él se encontraron con los suyos, sonrío y levantó su copa de champagne a modo de saludo.

¿Había sido él? Sin pensarlo, Sébastien se levantó rápidamente y corrió hacia él. Aunque un par de camareras se cruzaron en su camino. Cuando consiguió sortearlas, el desconocido había desaparecido. Sólo quedaba la copa.

21 de enero de 2011

Imágenes Borrosas en Verde y Marrón

La sacudida del tren al detenerse en la estación me despierta del leve duermevela en el que me había sumido, mecido por el suave vaivén del convoy.

Perezosamente abro los ojos y, mientras el tren prosigue su camino dejando atrás a la pequeña estación, me quedo mirando la mochila que se encuentra reposando en el asiento enfrente de mí. Sonrío al pensar en el otro equipaje que llevo. Ese equipaje emocional que, aunque no se vea es todavía más extenuante de llevar.

De soslayo, miro, a través de la ventana, hacia el paisaje que vamos dejando atrás. Y con eso en mente, vuelvo a sonreír. Aunque esta vez no hay ni una pizca de ironía en mi sonrisa. Más bien esperanza. Esperanza en lo que el futuro me depara. Esperanza en que quizás, en cierto modo, quepa la posibilidad de aligerar mi equipaje emocional.

Una nueva oportunidad, una nueva vida, un horizonte lleno de posibilidades. Un lugar en el que nadie me conozca, me recuerde mi pasado. Un lugar donde pueda crear uno nuevo.

Me gustaría ser como el tren y, a medida que avanzo en mi camino, en mi vida, que, igual que el paisaje, mi pasado se fuese quedando atrás, convirtiéndose meramente en imágenes borrosas en verde y marrón.

13 de enero de 2011

Luz de Estrellas, Luz de Luna

Luz de estrellas,
tenue velo grisáceo
sobre tu piel desnuda,
escondiendo en sombras
los secretos de tu cuerpo.

Luz de luna,
fantasmal, blanquecina,
acariciándote pícara,
deslizándose lentamente,
recorriendo tu espalda.

Luz de estrellas,
testigo furtivo
de tu belleza,
de tu suavidad,
de tu ternura.

Luz de luna,
espía enamorada
de tus gestos,
de tu sonrisa,
de tu mirada.

Luz de estrellas,
luz de luna.
Mirándote de lejos,
embelesadas,
sin atreverse a acercarse.

10 de enero de 2011

8 de Marzo de 2009

En la televisión del pequeño apartamento no paraban de emitirse imágenes del tiroteo de los barracones de Massereene. Jack se levantó de la cama y colgó el teléfono. La verdad es que no le sorprendió la llamada del Gillroy. La había estado esperando desde que, en el bar en el que estuvo tocando se enteró de las noticias. Dos muertos, y cuatro heridos, dos de ellos, de gravedad. Y la verdad, es que el comandante no se hizo esperar. Apenas pasaba un cuarto de hora de la medianoche. Y en dos horas tenía que estar en el aeródromo de Westminster para volar, de nuevo, a Irlanda.

Sin tiempo para perder, subió el volumen de la televisión y se quitó la ropa para darse una ducha rápida, quitándose el cansancio y el olor de taberna de encima. Mientras el agua gélida caía sobre su espalda, repasó mentalmente todo lo que necesitaba para la operación. Afortunadamente, no tenía que preocuparse del armamento.

Acabada ya la ducha, se dirigió al armario y cogió la ropa que últimamente utilizaba cada vez que le llamaba Gillroy. Pantalones anchos, perfectos para moverse y correr, un chaleco antibalas, una camiseta cualquiera por encima, y una chaleco táctico encima.

Se miró en el espejo. Para una persona cualquiera, su apariencia no destacaba, pese al hecho de que todo la vestimenta que llevaba puesta era idéntica a la de los miembros del SAS, excepto en los estampados. Sonrío con amargura y abrió un cajón de la mesilla situada debajo del espejo.

Sacó una bandana roja y, sin siquiera mirarse al espejo se la colocó en un momento. Era más que una tradición, formaba parte de él. Se miró una última vez en el espejo y abandonó el piso. Redcap salía a cazar.

9 de enero de 2011

Otoño de 1179

Por fin salió el sol por el horizonte y las puertas de la capilla hospitalaria se abrieron. Tras un par de minutos, de ella salió Roger, que después de pasar la noche velando las armas se había convertido en Caballero de la Orden del Hospital de San Juan.

Mientras avanzaba, mirando a sus hermanos de la orden, no podía evitar sentirse extraño. Cuando era un niño, lejos de allí en su tierra natal, había soñado una infinidad de veces con este momento. Pero ahora que por fin había llegado se sentía vacío. La realidad nunca está a la altura de los sueños.

Pero lo que es más, las dudas que Roger trajo consigo cuando desembarcó en Chipre tres años atrás, no sólo seguían con él, sino que habían aumentado. Las noticias que llegaban de Tierra Santa, mientras que para los demás novicios servían para reafirmarles en su decisión, a él, le llenaban todavía más de dudas.

Dos años después todavía recordaba las noticias sobre la batalla de Montgisard, donde las fuerzas de Balduino de Jerusalén vencieron de manera aplastante a las de Saladino. Y esa fue toda la información que recibieron por parte de los instructores en la orden. Pero, a través de comerciantes y viajeros, Roger averiguó más. Que las fuerzas cruzadas habían sido muy inferiores en número. Que vencieron gracias a un contingente de caballeros de la Orden del Temple que resistió hasta el fin. Y que los caballeros hospitalarios no participaron. Todo eso le llenó de preguntas.

Cuando intentó obtener respuestas por parte de los instructores en la encomienda hospitalaria, lo único que obtuvo fue castigo. Y a partir de ese tiempo, fue notando a su alrededor que en la orden había un fuerte sentimiento contrario a los caballeros templarios.

Si Roger ya tenía dudas respecto a los sarracenos como infieles que sólo merecían la muerte, ese desprecio hacia los templarios, que estaban luchando de su mismo lado, acabó por minarle su motivación.

Su participación en los rituales era llevada con inercia mecánica, igual que sus clases. Tan sólo, las prácticas físicas lograban traerle al presente y le daban refugio en el océano de dudas en el que se encontraba.

Así pues, con plena indiferencia, Roger se arrodilló delante del capellán y besó la cruz. Ése era su destino, lo quisiese o no.

8 de enero de 2011

Juegos de Azar

Me encuentro en una fiesta, rodeado de gente extraña a la que no conozco, aunque por alguna extraña razón, tampoco me resultaba del todo desconocida. A la única que conozco es mi acompañante, una chica a la que conocí hace unas dos semanas en un curso de teatro y que además estaba durmiendo en una cama al lado de la mía, con nuestras manos cogidas. De repente, en mitad de la fiesta, ella desapareció. Quedándome yo sólo, en mitad de esos desconocidos familiares.

Entonces, veo que ella se encuentra sola en otro lugar, parecido a un casino, sentada en una mesa, esperando para empezar a tomar parte en algún tipo de juego de azar, esperándome a mí. No sé porque, pero lo sabía.

La fiesta en la que me encontraba era un completo rollo, muy sosa, pero me costaba una enormidad decidirme a irme hacia donde ella estaba. Aunque, finalmente, tomé una decisión.

Salí de aquél lugar y llego a una gran sala, toda llena de mesas con chicas esperando con el mismo juego que ella a punto de empezar. Algunas de ellas me eran familiares, otras no, pero ninguna se trataba de ella. Y, mientras buscaba, encuentro un puerta entreabierta y, en cierta manera, iluminada. Una parte de mí temía atravesarla, pero sin dudarlo, ni hacerle caso me dirijo hacia ella y empiezo a abrirla.

Suena un móvil. Despierto.

7 de enero de 2011

Persiguiendo Unicornios

Despierta de una vez,
abre ya los ojos.
Date cuenta de quién eres,
de lo que puedes llegar a ser.

Persiguiendo unicornios,
buscando pegasos,
cazando quimeras,
y, quizás, algún dragón.
Sólo se escapa
tu vida.

La realidad que te rodea
está llena de maravillas.
Deja tu puto mundo de fantasía,
date una oportunidad.

Es una amante que ama hacerte daño,
no puedes controlar lo que sucede.
Pero lo que puedes sentir, vivir,
créeme, será mil veces más fuerte.

Persiguiendo unicornios,
buscando pegasos,
cazando quimeras,
y, quizás, algún dragón.
Sólo se escapa
tu vida.

Despierta ya,
sal a la calle.
Armarte de valor
y lanza al mundo una sonrisa.

Persiguiendo unicornios,
buscando pegasos,
cazando quimeras,
y, quizás, algún dragón.
Sólo se escapa
tu vida.

Persiguiendo unicornios,
buscando pegasos,
cazando quimeras,
y, quizás, algún dragón.
Sólo se escapa
tu vida.

6 de enero de 2011

7 de Setiembre de 1998

Sin ánimos, más por pura inercia que otra cosa, Jack se incorporó de la cama y se dirigió con paso lento hacia la ventana. Dejando caer su peso en el marco cuando se encontró al lado de ella. Y así, mientras el muro sostenía en parte a su cuerpo, se quedó mirando a la calle delante del edificio.

Era un día radiante y varios niños aprovechaban los últimos días antes de empezar las clases para jugar en las aceras. Cerca de ellos, un grupo de mujeres, sus madres, charlaban animadamente sentadas en un banco mientras de vez en cuando echaban un vistazo a los niños o les llamaban para darles algo de comer. En la parada de la estación de autobuses, estaba un solitario adolescente, con una guitarra al hombro y los auriculares puestos, que se balanceaba al ritmo de la música mientras esperaba que llegase el autobús. Sin que se diese cuenta, un grupo de chicas jóvenes pasó detrás de él y se quedaron mirándoselo. En el parque cercano, un par de niños jugaba con un perro, un labrador de dorado pelo largo. Mientras, una pareja avanzaba abrazada mientras compartían un helado. En un banco cercano a ellos, una pareja de ancianos, compartían un sándwich.

La visión fue demasiado para Jack, que no pudo evitar que dos grandes lágrimas salieran de sus ojos y se deslizaran por su mejillas mientras su mirada y su cuerpo se dirigieron a la foto enmarcada que se encontraba al lado de la cama.

Aisling tenía, como siempre una enorme sonrisa en el rostro, mientras lo envolvía con sus brazos. Con suavidad, como si temiera que apretando demasiado se rompiese, Jack acarició la foto. Su pelo rubio como el trigo, su piel blanca como la luna, sus ojos turquesa como el mar tormentoso.

Pero por más que lo intentase, Jack no podía parar de recordar la imagen de Aisling la última vez que la vio. Lo tenía grabado a fuego en la memoria. Su piel chamuscada, su cuerpo deformado, las partes de la cara ausentes.

Despacio volvió a dejar la foto y se dirigió al mueble donde había dejado a una agonizante botella de whiskey. El alcohol era lo único que le permitía mantener a los fantasmas a raya. Vertió el contenido en un vaso, hasta que no quedó ni una gota en el interior de la botella.

El teléfono empezó a sonar.

4 de enero de 2011

Legado de una Obsesión

Sébastien sacó de su bolsillo la antigua llave negra y la metió en la cerradura. Después de girarla y oír como se abría la puerta, cerró los ojos y respiró hondo un par de veces. Aunque no había dejado de ver a su tío Gilles en los últimos años, no entraba en su casa desde que tenía cinco años.

Cuando se sintió preparado, volvió a abrir los ojos y empujó la puerta hacia adentro, sin saber exactamente lo que se iba a encontrar. Lo primero y que más le sorprendió era que el aire del piso era limpio y fresco. Teniendo en cuenta de que él era la primera persona en entrar allí desde el fallecimiento de Gilles la semana anterior, era sorprendente.

Lo otro que vio, ya no le sorprendió tanto, ya que formaba parte de sus recuerdos de infancia. Por doquier, había montones y montones de libros. Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros y en el suelo varios montones inestables de volúmenes diversos les hacían compañía. Así era su tío.

Cerró la puerta y dio un breve paseo por el piso. La cocina era pequeña, funcional y casi desprovista de todo. Lo que era previsible en alguien acostumbrado a comer siempre fuera de casa. El baño, impecablemente pulcro también decía mucho de tío Gilles. Igual que lo hacía la pared donde estaba la bañera/ducha, ya que toda ella era un inmenso espejo. Aunque Sébastien no tenía muy claro si era para verse él mismo o para disfrutar de la visión del cuerpo de sus jóvenes ‘novias’. Tratándose de ese viejo zorro, probablemente las dos. Se acercó hacia la bañera blanca y vio que tenía instalado un moderno sistema de hidromasaje.

Volvió al salón y, sorteando su camino entre varios montones de libros llegó a la habitación de su tío. Aparte de un armario en el que guardaba su ropa, una pequeña mesita de noche de hierro forjado y un mullido y enorme colchón en el suelo con sábanas de seda, no había más que otro montón de libros. Mientras acariciaba las sábanas de seda roja, Sébastien sonrió al recordar a Gilles. Esa mezcla extraña de austeridad y vida de lujos en la que vivía siempre cautivaba a la gente. Dejó caer la tela al fijarse en el libro de arriba del único montón que se encontraba en la habitación. Era un tomo gruesa, encuadernado en cuero negro y por su apariencia, muy antiguo. Ni en la portada, ni en el lomo aparecía título alguno. Sin acabar de comprender porque, Sébastien lo cogió mientras se dirigía a la ventana que conectaba con la terraza, otra de las ventajas de vivir en un ático.

Cuando estuvo fuera, abrió el libro por un punto cualquiera y mientras en una de las páginas estaba impresa en latín, en la otra estaba el grabado de una mujer desnuda sentada encima de una serpiente con una espada en una mano, una copa en la otra y una población en llamas en el fondo. Movido por la curiosidad, Sébastien miró el texto latín a ver si podía sacar algo en claro, pero el abandono en que había tenido a esa lengua los últimos años habían pasado factura y después de que tras cinco minutos, no hubiera traducido más que un par de líneas en las que se hablaba de una serpiente que nacía de las llamas, decidió dejarlo. Pero antes de cerrar el libro, pasó al principio, en cuya primera página se leía claramente Di Umbrarum Regni Novem Portis. Las Nueve Puertas al Reino de las Sombras. Sébastien sonrió y cerró el libro sin darle más importancia mientras se acercaba al borde de la terraza a mirar a la calle. Mientras veía a la gente pasear, por un momento, perdió el aliento. Quizás sólo hubiera sido una mala pasada de su mente, pero hubiera jurado que en café que se encontraba en la acera de delante, había visto a la adolescente que estaba en el cementerio el día anterior y, lo que es más, parecía estar mirando hacia él. Pero sólo la había visto un instante, antes de que un grupo de gente se pusiera en medio. Cuando acabaron de pasar, ella no estaba allí. Quizás no fue más que un espejismo.

Volvió al dormitorio y al dejar el volumen en su lugar, se fijó en el libro siguiente. Un libro mucho más moderno, encuadernado en piel, titulado Treatise on the Devil. Eso bastó para captar la atención de Sébastien que se fijó en el resto de libros de ese montón y todos, o bien, no tenían título en el lomo, como el que todavía sostenía en la mano o hacían alguna referencia al Diablo.

Aunque nunca había creído en esas cosas, Sébastien no pudo evitar preguntarse, mientras cerraba la puerta del piso al salir, si todas las cosas sorprendentes de su tío Gilles, su éxito, su salud,… se debían a algún tipo de pacto con el diablo.

2 de enero de 2011

Sabor a Salitre

Empieza un nuevo año y yo me dedico a recorrer la arena de la playa, mientras a pocos metros de mí, el suave oleaje golpea la línea de la costa. Un cielo grisáceo, las bajas temperaturas y la resaca de la noche anterior, hacen que sea muy poca gente la que se encuentra también aquí.

Pese a todo, me parece una estampa de una belleza sublime. La verdad es que es en invierno el único momento en el que me gusta ir a la playa. La quietud de la que se disfruta hace que al quedarme mirando la inmensidad de la mar, mi mente fluya igual que sus olas.

Mientras me quedo mirando el inmenso azul ante mí, noto como dentro de mí, algunas cosas empiezan a cambiar. Es como si las preocupaciones que pesan sobre mi alma, se las llevara la resaca del oleaje. Como si todo aquello que no importa se fuese con el agua. De la misma manera que el embate de las olas dejan al descubierto conchas enterradas bajo la arena, es como si hicieran darme cuenta de las cosas que realmente importan y que estaban enterradas bajo preocupaciones superfluas.

Respiro hondo. Es como una liberación. En este momento me siento capaz de hazañas elevadas, de cualquier cosa. Me siento como si fuera una flecha colocada en un arco tensado. Ahora que mis objetivos, que mis prioridades están claras, tan sólo deseo volar, hacer que se cumplan.

Una ola más fuerte que las demás, rompe a poca distancia de mis pies y algunas pequeñas gotas me salpican. Una de ellas, va dar en mis labios, con un leve movimiento de la lengua, la lamo y paladeó ese sabor a salitre.