Sin ánimos, más por pura inercia que otra cosa, Jack se incorporó de la cama y se dirigió con paso lento hacia la ventana. Dejando caer su peso en el marco cuando se encontró al lado de ella. Y así, mientras el muro sostenía en parte a su cuerpo, se quedó mirando a la calle delante del edificio.
Era un día radiante y varios niños aprovechaban los últimos días antes de empezar las clases para jugar en las aceras. Cerca de ellos, un grupo de mujeres, sus madres, charlaban animadamente sentadas en un banco mientras de vez en cuando echaban un vistazo a los niños o les llamaban para darles algo de comer. En la parada de la estación de autobuses, estaba un solitario adolescente, con una guitarra al hombro y los auriculares puestos, que se balanceaba al ritmo de la música mientras esperaba que llegase el autobús. Sin que se diese cuenta, un grupo de chicas jóvenes pasó detrás de él y se quedaron mirándoselo. En el parque cercano, un par de niños jugaba con un perro, un labrador de dorado pelo largo. Mientras, una pareja avanzaba abrazada mientras compartían un helado. En un banco cercano a ellos, una pareja de ancianos, compartían un sándwich.
La visión fue demasiado para Jack, que no pudo evitar que dos grandes lágrimas salieran de sus ojos y se deslizaran por su mejillas mientras su mirada y su cuerpo se dirigieron a la foto enmarcada que se encontraba al lado de la cama.
Aisling tenía, como siempre una enorme sonrisa en el rostro, mientras lo envolvía con sus brazos. Con suavidad, como si temiera que apretando demasiado se rompiese, Jack acarició la foto. Su pelo rubio como el trigo, su piel blanca como la luna, sus ojos turquesa como el mar tormentoso.
Pero por más que lo intentase, Jack no podía parar de recordar la imagen de Aisling la última vez que la vio. Lo tenía grabado a fuego en la memoria. Su piel chamuscada, su cuerpo deformado, las partes de la cara ausentes.
Despacio volvió a dejar la foto y se dirigió al mueble donde había dejado a una agonizante botella de whiskey. El alcohol era lo único que le permitía mantener a los fantasmas a raya. Vertió el contenido en un vaso, hasta que no quedó ni una gota en el interior de la botella.
El teléfono empezó a sonar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario