Hoy Aisling cumplía veintiún años. Jack estaba exultante, había estado planeándolo todo durante los últimos días. Hasta el más mínimo detalle. El día de hoy iba a ser especial, y no iba a dejar nada en manos del azar.
Mientras sus tíos, Patrick y Mary, la entretenían, había aprovechado para buscar, en el último momento la tarta. Mientras estaba guardándola en el coche, sucedió. El suelo, los edificios, el mismo aire,… Todo tembló acompañando el bramido de una explosión.
Los reflejos de Jack actuaron rápidamente, poniéndolo en alerta y, mientras volteaba en el suelo, la tarta se estrelló contra el asfalto. La miró con algo de tristeza, pero había algo que lo preocupaba todavía más. Le explosión había sonado muy cercana. Demasiado.
Sin siquiera cerrar el maletero del coche, empezó a correr hacia allí donde se empezaba a formar una nube de escombros y polvo. Confirmándose a medida que avanzaba, aquello que sospecha y temía. La explosión había derrumbado el bloque de edificios donde vivían sus tíos. Donde se encontraban en ese momento. Donde estaba Aisling.
Se abrió camino a codazos a través de la muchedumbre curiosa que rodeaba la escena, corriendo hacia las ruinas del edificio, ignorando los gritos de la gente o los intentos de frenarlo. Como poseído, empezó a levantar cascotes, a apartar vigas. La razón se había quedado en segundo plano y eran la rabia y el miedo los que movían su cuerpo. Estaba tan absorto en su tarea que no oyó las sirenas de los bomberos, ambulancias y policías que llegaban al lugar.
Cuando uno de los bomberos se acercó a él para llevárselo del sitio, le dio un fuerte codazo en el plexo solar, obligándole a doblarse y dejándolo sin respiración. Y tras ese momentánea detención, siguió con su febril actividad. Se estaban acercando un par de agentes de policía cuando, tras conseguir apartar un trozo de pared se encontró con Aisling. Estaba muerta.
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