Por fin salió el sol por el horizonte y las puertas de la capilla hospitalaria se abrieron. Tras un par de minutos, de ella salió Roger, que después de pasar la noche velando las armas se había convertido en Caballero de la Orden del Hospital de San Juan.
Mientras avanzaba, mirando a sus hermanos de la orden, no podía evitar sentirse extraño. Cuando era un niño, lejos de allí en su tierra natal, había soñado una infinidad de veces con este momento. Pero ahora que por fin había llegado se sentía vacío. La realidad nunca está a la altura de los sueños.
Pero lo que es más, las dudas que Roger trajo consigo cuando desembarcó en Chipre tres años atrás, no sólo seguían con él, sino que habían aumentado. Las noticias que llegaban de Tierra Santa, mientras que para los demás novicios servían para reafirmarles en su decisión, a él, le llenaban todavía más de dudas.
Dos años después todavía recordaba las noticias sobre la batalla de Montgisard, donde las fuerzas de Balduino de Jerusalén vencieron de manera aplastante a las de Saladino. Y esa fue toda la información que recibieron por parte de los instructores en la orden. Pero, a través de comerciantes y viajeros, Roger averiguó más. Que las fuerzas cruzadas habían sido muy inferiores en número. Que vencieron gracias a un contingente de caballeros de la Orden del Temple que resistió hasta el fin. Y que los caballeros hospitalarios no participaron. Todo eso le llenó de preguntas.
Cuando intentó obtener respuestas por parte de los instructores en la encomienda hospitalaria, lo único que obtuvo fue castigo. Y a partir de ese tiempo, fue notando a su alrededor que en la orden había un fuerte sentimiento contrario a los caballeros templarios.
Si Roger ya tenía dudas respecto a los sarracenos como infieles que sólo merecían la muerte, ese desprecio hacia los templarios, que estaban luchando de su mismo lado, acabó por minarle su motivación.
Su participación en los rituales era llevada con inercia mecánica, igual que sus clases. Tan sólo, las prácticas físicas lograban traerle al presente y le daban refugio en el océano de dudas en el que se encontraba.
Así pues, con plena indiferencia, Roger se arrodilló delante del capellán y besó la cruz. Ése era su destino, lo quisiese o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario