4 de enero de 2011

Legado de una Obsesión

Sébastien sacó de su bolsillo la antigua llave negra y la metió en la cerradura. Después de girarla y oír como se abría la puerta, cerró los ojos y respiró hondo un par de veces. Aunque no había dejado de ver a su tío Gilles en los últimos años, no entraba en su casa desde que tenía cinco años.

Cuando se sintió preparado, volvió a abrir los ojos y empujó la puerta hacia adentro, sin saber exactamente lo que se iba a encontrar. Lo primero y que más le sorprendió era que el aire del piso era limpio y fresco. Teniendo en cuenta de que él era la primera persona en entrar allí desde el fallecimiento de Gilles la semana anterior, era sorprendente.

Lo otro que vio, ya no le sorprendió tanto, ya que formaba parte de sus recuerdos de infancia. Por doquier, había montones y montones de libros. Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros y en el suelo varios montones inestables de volúmenes diversos les hacían compañía. Así era su tío.

Cerró la puerta y dio un breve paseo por el piso. La cocina era pequeña, funcional y casi desprovista de todo. Lo que era previsible en alguien acostumbrado a comer siempre fuera de casa. El baño, impecablemente pulcro también decía mucho de tío Gilles. Igual que lo hacía la pared donde estaba la bañera/ducha, ya que toda ella era un inmenso espejo. Aunque Sébastien no tenía muy claro si era para verse él mismo o para disfrutar de la visión del cuerpo de sus jóvenes ‘novias’. Tratándose de ese viejo zorro, probablemente las dos. Se acercó hacia la bañera blanca y vio que tenía instalado un moderno sistema de hidromasaje.

Volvió al salón y, sorteando su camino entre varios montones de libros llegó a la habitación de su tío. Aparte de un armario en el que guardaba su ropa, una pequeña mesita de noche de hierro forjado y un mullido y enorme colchón en el suelo con sábanas de seda, no había más que otro montón de libros. Mientras acariciaba las sábanas de seda roja, Sébastien sonrió al recordar a Gilles. Esa mezcla extraña de austeridad y vida de lujos en la que vivía siempre cautivaba a la gente. Dejó caer la tela al fijarse en el libro de arriba del único montón que se encontraba en la habitación. Era un tomo gruesa, encuadernado en cuero negro y por su apariencia, muy antiguo. Ni en la portada, ni en el lomo aparecía título alguno. Sin acabar de comprender porque, Sébastien lo cogió mientras se dirigía a la ventana que conectaba con la terraza, otra de las ventajas de vivir en un ático.

Cuando estuvo fuera, abrió el libro por un punto cualquiera y mientras en una de las páginas estaba impresa en latín, en la otra estaba el grabado de una mujer desnuda sentada encima de una serpiente con una espada en una mano, una copa en la otra y una población en llamas en el fondo. Movido por la curiosidad, Sébastien miró el texto latín a ver si podía sacar algo en claro, pero el abandono en que había tenido a esa lengua los últimos años habían pasado factura y después de que tras cinco minutos, no hubiera traducido más que un par de líneas en las que se hablaba de una serpiente que nacía de las llamas, decidió dejarlo. Pero antes de cerrar el libro, pasó al principio, en cuya primera página se leía claramente Di Umbrarum Regni Novem Portis. Las Nueve Puertas al Reino de las Sombras. Sébastien sonrió y cerró el libro sin darle más importancia mientras se acercaba al borde de la terraza a mirar a la calle. Mientras veía a la gente pasear, por un momento, perdió el aliento. Quizás sólo hubiera sido una mala pasada de su mente, pero hubiera jurado que en café que se encontraba en la acera de delante, había visto a la adolescente que estaba en el cementerio el día anterior y, lo que es más, parecía estar mirando hacia él. Pero sólo la había visto un instante, antes de que un grupo de gente se pusiera en medio. Cuando acabaron de pasar, ella no estaba allí. Quizás no fue más que un espejismo.

Volvió al dormitorio y al dejar el volumen en su lugar, se fijó en el libro siguiente. Un libro mucho más moderno, encuadernado en piel, titulado Treatise on the Devil. Eso bastó para captar la atención de Sébastien que se fijó en el resto de libros de ese montón y todos, o bien, no tenían título en el lomo, como el que todavía sostenía en la mano o hacían alguna referencia al Diablo.

Aunque nunca había creído en esas cosas, Sébastien no pudo evitar preguntarse, mientras cerraba la puerta del piso al salir, si todas las cosas sorprendentes de su tío Gilles, su éxito, su salud,… se debían a algún tipo de pacto con el diablo.

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