2 de enero de 2011

Sabor a Salitre

Empieza un nuevo año y yo me dedico a recorrer la arena de la playa, mientras a pocos metros de mí, el suave oleaje golpea la línea de la costa. Un cielo grisáceo, las bajas temperaturas y la resaca de la noche anterior, hacen que sea muy poca gente la que se encuentra también aquí.

Pese a todo, me parece una estampa de una belleza sublime. La verdad es que es en invierno el único momento en el que me gusta ir a la playa. La quietud de la que se disfruta hace que al quedarme mirando la inmensidad de la mar, mi mente fluya igual que sus olas.

Mientras me quedo mirando el inmenso azul ante mí, noto como dentro de mí, algunas cosas empiezan a cambiar. Es como si las preocupaciones que pesan sobre mi alma, se las llevara la resaca del oleaje. Como si todo aquello que no importa se fuese con el agua. De la misma manera que el embate de las olas dejan al descubierto conchas enterradas bajo la arena, es como si hicieran darme cuenta de las cosas que realmente importan y que estaban enterradas bajo preocupaciones superfluas.

Respiro hondo. Es como una liberación. En este momento me siento capaz de hazañas elevadas, de cualquier cosa. Me siento como si fuera una flecha colocada en un arco tensado. Ahora que mis objetivos, que mis prioridades están claras, tan sólo deseo volar, hacer que se cumplan.

Una ola más fuerte que las demás, rompe a poca distancia de mis pies y algunas pequeñas gotas me salpican. Una de ellas, va dar en mis labios, con un leve movimiento de la lengua, la lamo y paladeó ese sabor a salitre.

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