10 de enero de 2011

8 de Marzo de 2009

En la televisión del pequeño apartamento no paraban de emitirse imágenes del tiroteo de los barracones de Massereene. Jack se levantó de la cama y colgó el teléfono. La verdad es que no le sorprendió la llamada del Gillroy. La había estado esperando desde que, en el bar en el que estuvo tocando se enteró de las noticias. Dos muertos, y cuatro heridos, dos de ellos, de gravedad. Y la verdad, es que el comandante no se hizo esperar. Apenas pasaba un cuarto de hora de la medianoche. Y en dos horas tenía que estar en el aeródromo de Westminster para volar, de nuevo, a Irlanda.

Sin tiempo para perder, subió el volumen de la televisión y se quitó la ropa para darse una ducha rápida, quitándose el cansancio y el olor de taberna de encima. Mientras el agua gélida caía sobre su espalda, repasó mentalmente todo lo que necesitaba para la operación. Afortunadamente, no tenía que preocuparse del armamento.

Acabada ya la ducha, se dirigió al armario y cogió la ropa que últimamente utilizaba cada vez que le llamaba Gillroy. Pantalones anchos, perfectos para moverse y correr, un chaleco antibalas, una camiseta cualquiera por encima, y una chaleco táctico encima.

Se miró en el espejo. Para una persona cualquiera, su apariencia no destacaba, pese al hecho de que todo la vestimenta que llevaba puesta era idéntica a la de los miembros del SAS, excepto en los estampados. Sonrío con amargura y abrió un cajón de la mesilla situada debajo del espejo.

Sacó una bandana roja y, sin siquiera mirarse al espejo se la colocó en un momento. Era más que una tradición, formaba parte de él. Se miró una última vez en el espejo y abandonó el piso. Redcap salía a cazar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario