30 de octubre de 2009

Sólo son Palabras

Paseando por la calle,
o leyendo un libro,
observo que cada persona
intenta definir los sentimientos.

En esos momentos,
pienso en tu rostro y,
llevado por la inércia,
intento dar un nombre
a lo que nos une.

Podría decir: te quiero,
me gustas, te necesito,...

Sólo son palabras
que no sirven
para engolbarnos.
Conceptos artificiales
en los que no encajamos
ni tenemos que intentarlo.

Me preocupa que,
engañada por las palabras,
creas que entre nosotros,
ya nada queda.

Y maldeciría el genio
que las inventó,
un día inspirado,
si eso lo cambiase.

Podría decir: te quiero,
me gustas, te necesito,...

Sólo son palabras
que no dicen nada,
sonidos al viento.
Conceptos artificiales
que no sirven
ni lo han hecho nunca.

Podría decir:
"I love you",
"Je t'aime",
"我爱你".

Podría decir lo que tu quisieras,
pero eso no cambiaría lo que siento.

12 de octubre de 2009

Retazos de Amarte

En la oscuridad de mi rincón,
recuerdo tu cara y tu corazón.

Son fantasmas del pasado
que no me dejan vivir,
sólo intentar sobrevivir
con este peso encima.

Sólo al viento puedo decir
que todavía te amo,
pues no me atrevo a decirtelo a tí
por miedo a que me ignores.

Me amaste mucho,
más de lo que merecía
y sé que nunca lo olvidaré,
por mucho que me duela.

3 de octubre de 2009

Sueño de Amor

Lejos estoy de tí,
el destino me ha alejado.
El siempre me ha odiado,
ni conocerme has podido.

Desde esa noche,
has ocupado mi cabeza.
Y ahora no puedo pensar
en nada más que en ti.

Y tu recuerdo,
que llena mi corazón,
me atrapa y no me deja,
no me deja soñar
en nada que no seas tú.

Si me quisieras amar
yo podría volar...

Por otras chicas antes
yo había llorado.
Pero tú eres la única
que el corazón me ha alegrado.

Tú eres mi mundo,
la estrella que me ilumina,
el centro de mi universo,
sin ti nada sabría hacer.

Y tu recuerdo,
que llena mi corazón,
me atrapa y no me deja,
no me deja soñar
en nada que no seas tú.

Si me quisieras amar
yo podría volar...

Por favor, no escuches la gente
que te hable mal de mi.
Cree solo en lo que sientes,
sigue adelante y sé feliz.

Y tu recuerdo,
que llena mi corazón,
me atrapa y no me deja,
no me deja soñar
en nada que no seas tú.

Si me quisieras escuchar
yo podría volar...

Si conmigo quisieras estar,
nada nos podría parar.

21 de septiembre de 2009

Montaña Rusa

De repente, me encuentro en un parque de atracciones. Reconozco algunas partes como parecidas a Port Aventura, pero el hecho es que algo en mi cabeza me dice que estoy en París. No en EuroDisney, pero si en París. Pero no estoy sólo, estoy con mi hermano y juntos estamos haciendo cola para subir a una montaña rusa.

El lugar donde esperamos, es un poco extraño, parece como una especie de cueva y, a diferencia de lo que uno esperaría en un parque de atracciones, no hay ninguna tipo de rastro humano más allá de alguna gente de nosotros y algunos detrás. Ninguna cinta en los laterales, ninguna marca, nada. Ni siquiera hay iluminación. Sólo es un oscuro túnel en mitad de la roca.

De repente me doy cuenta de una cosa. Delante de nosotros, hay otra persona que conozco. Una compañera de trabajo con la que ahora mismo no me llevo demasiado bien, pero que antes teniamos bastante relación e incluso llegue a sentir algo especial. Supongo que la debo haber visto en algún momento, mientras avanzamos por el túnel.

Finalmente llegamos a la zona donde nos suben a los vehículos. Son como una especie de X interconectadas que mientras avanza la montaña rusa se contraen y expanden, un poco difícil de explicar, la verdad.

El caso es que desde que subimos, un presentimiento va cogiendo fuerza en mí. Va a ocurrir algo, algo malo. Mientras, el vehículo se va moviendo, consigo desarmar las medidas de protección y empiezo a avanzar.

Tengo que llegar hasta ella lo antes posible. Tengo que llegar antes que... No lo sé, sólo sé que debo hacerlo.

Haciendo caso omiso de los gritos de la gente, prosigo con mi camino, ignorando los latigazos que sufren mis brazos con la inercia.

Consigo verla. Está ya a sólo un par de metros, pero en ese momento los brazos de la aspa empiezan a moverse, alenjandonos.

Tengo que jugarmela. Saltar y llegar al otro vehículo. Me dispongo a saltar...

Despierto.

27 de agosto de 2009

Delirios de una Noche Insomne

No sé porque,
no sé si será por
tus ojos que me hipnotizan,
tu risa que me hechiza,
tu ingenio que me cautiva,
pero el caso es
que no puedo parar
de pensar en ti,
en tenerte cerca
y en hacer locuras,
juntos,
sin pensar en nada.

25 de agosto de 2009

Sonido a Olas Rompiendo

La brisa marina me acaricia suavemente, impregnando el aire de un fuerte olor a salobre. Cierro los ojos y aspiro con fuerza. Me encanta este olor. Hace que sientas todavía más vivo. A decenas de metros de la roca en la que estoy subido, el océano golpea incesantemente la base del acantilado con un ritmo irrelugar, pero, aún así, dotado de cierta harmonia.

Cuando giro la cabeza a mi alrededor, el paisaje cambia rádicalmente. En esta solitaria pradera al lado del Atlántico, uno esperaría encontrar un remanso de paz y sosiego, no una especie de estercolero. Pero así es el ser humano.

En una pequeña hondonada cubierta de hierba, la pasada noche alguien debió venir de celebración, pues todavía quedan los restos de varias botellas de alcohol. Una de ellas, de whisky por la etiqueta, yace esparcida en varios trozos. Cerca de ellas, se encuentran también unos cuantos preservativos usados.

Heredaremos la tierra dicen. Si, ya, claro, pero no hablan de en que estado la heredaremos. Recojo las botellas enteras y empiezo a andar en dirección al contenedor de la cercana playa. Y tomo una decisión, más tarde volveré con algunas bolsas y recogeré lo que pueda. Sé que lo que yo solo puedo hacer no será mucho, lo sé. Pero por poco que sea ayudará a marcar una diferencia y si más gente empieza a hacer lo mismo, quizás, no sé, quizás podamos hacer de este mundo un lugar mejor.

Cuando llego a la pared de rocas que, al subir la marea, marcan el límite de este islote, me encuentron con varios restos de plástico de colores diversos, rotso y desperdigados, cuya función soy incapaz de imaginar.

De nuevo, cierro los ojos intentando calmar la ira que bulle en mi interior, concentrando tan sólo en el sonido a olas rompiendo.

24 de agosto de 2009

El caballero Percival y la bruja Nimué

Esta fábula no es mía, pero la leí hace tiempo y siempre me ha parecido interesante, así que hoy os la regalo, aunque reconozco que he cambiado algunos detalles para hacerla más mía.

Esta historia nos lleva a una época antigua, una época de espada y brujería, la época del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, tiempo de hechicería y castillos de puentes levadizos, tiempo de intrigas y batallas heroicas, tiempo de dragones mágicos que arrojan fuego por la boca y de paladines de honor y valor ilimitados.

Pero el caso es que el rey Arturo había enfermado. En tan solo dos semanas su debilidad lo había postrado en su cama y ya apenas no comía. Todos los médicos de la corte fueron llamados para curar al monarca pero ninguno era capaz de diagnosticar su mal. Y pese a todos los cuidados, el rey no paraba de empeorar

Una mañana, mientras los sirvientes aireaban la habitación donde el rey yacía dormido, uno de ellos le dijo a otro con tristeza:

- Morirá…

En el cuarto estaba Sir Percival, el más heroico y apuesto de los caballeros de la mesa redonda y uno de los más fieles amigos de Arturo. Percival escuchó el comentario del sirviente y se puso de pie como un rayo, tomó al sirviente de las ropas y le gritó:

- Jamás vuelvas a repetir esa palabra, ¿entiendes? Arturo vivirá, el rey se recuperará…. Sólo necesitamos encontrar al médico que conozca su mal, ¿te ha quedado claro?

El sirviente, temblando, se animó a contestar:

- Lo que pasa, señor, es que Arturo no está enfermo, está embrujado.

No olvidemos que eran épocas donde la magia era tan lógica y natural como la ley de gravedad.

- ¿Por qué dices eso de una maldición? - preguntó Percival.

- Tengo muchos años, mi señor, y he visto decenas de hombres y mujeres en esta situación, y solamente uno de ellos ha sobrevivido.

- Si es así, eso quiere decir que existe una posibilidad… Dime cómo lo hizo ése, el que escapó de la muerte.

- Se trata de conseguir la ayuda de un brujo más poderoso que el que realizó el conjuro; si eso no se hace, el hechizado muere.

- Estoy seguro de que debe haber en Camelot un hechicero suficientemente poderoso, - dijo Percival - y si no está en el reino lo iré a buscar del otro lado del mar y lo traeré.

-Por lo que yo sé hay solamente dos personas suficientemente poderosas como para curar a Arturo, Sir Galahad; uno es Merlín, que ahora se encuentra en Avallach y tardaría al menos dos semanas en llegar y no creo que nuestro rey pueda soportar tanto.

- ¿Y la otra?

El viejo sirviente bajó la cabeza moviéndola de un lado a otro negativamente.

- La otra es Nimué, la bruja de la montaña… Pero aun cuando alguien fuera suficientemente valiente para ir a buscarla, lo cual dudo, ella jamás vendría a curar al rey que la expulsó del palacio hace tantos años.

La fama de Nimué era realmente siniestra. Se sabía que era capaz de transformar en su esclavo al más bravo guerrero con solo mirarlo a los ojos; se decía que con solo tocarla se le helaba a uno la sangre en las venas; se contaba que hervía a la gente en aceite para comerse su corazón. Pero Arturo era el mejor amigo que Percival había tenido en la vida, había batallado a su lado cientos de veces, había escuchado sus penas más banales y las más profundas. No había riesgo que él no corriera por salvar a su soberano, a su amigo y a la mejor persona que había conocido nunca. Percival calzó su armadura y montando su caballo se dirigió a la montaña Negra donde estaba la cueva de la bruja Nimué.

Apenas cruzó el río, notó que el cielo empezaba a oscurecerse. Nubes opacas y densas perecían ancladas al pie de la montaña. Al llegar a la cueva, la noche parecía haber caído en pleno día. Percival desmontó y caminó hacia el agujero en la piedra. Verdaderamente, el frío sobrenatural que salía de la gruta y el olor fétido que emanaba del interior lo obligaron a replantear su empresa, pero el caballero resistió y siguió avanzando por el piso encharcado y el lúgubre túnel. De vez en cuando, el aleteo de un murciélago lo llevaba a cubrirse instintivamente la cara.

A quince minutos de marcha, el túnel se abría en una enorme caverna impregnada de un olor acre y de una luz amarillenta generada por cientos de velas encendidas. En el centro, revolviendo una olla humeante, estaba Nimué

Era una típica bruja de cuento, tal y como se la había descrito su abuela en aquellas historias de terror que le contaba en su infancia para dormir y que lo desvelaban fantaseando la lucha contra el mal que emprendería cuando tuviera edad para ser un caballero de Camelot. Allí estaba, encorvada, vestida de negro, con las manos alargadas y huesudas terminadas en larguísimas uñas que parecían garras, los ojos pequeños, la nariz ganchuda, el mentón prominente y la actitud que encarnaba el espanto.

Apenas Percival entró, sin siquiera mirarlo Nimué le gritó:

- ¡Vete antes de que te convierta en un sapo o en algo peor!

- Es que he venido a buscarte, —dijo Percival— necesito ayuda para mi amigo que está muy enfermo.

- Je… je… je… - rió ácidamente Nimué - Sé quien eres, Percival de Camelot. Así que Arturo está embrujado y a pesar de que no he sido yo quien ha hecho el conjuro, nada hay que puedas hacer para evitar su muerte.

- Pero tú… seguro que tú eres más poderosa que quien hizo el conjuro, Nimué. Tú podrías salvarlo. - argumentó Percival.

- Pero, ¿por qué haría yo tal cosa? - preguntó la bruja recordando con resentimiento el desprecio del rey.

- Por lo que pidas, - dijo Percival - me ocuparé personalmente de que se te pague el precio que exijas, sea cual sea.

Nimué miró al caballero. Era ciertamente extraño tener a semejante personaje en su cueva pidiéndole ayuda. Aun a la luz de las velas Galahad era increíblemente apuesto, lo cual sumado a su porte lo convertía en una imagen de la gallardía y la belleza.

La bruja lo volvió a mirar de reojo y anunció:

- El precio es este: si curo al rey y solamente si lo curo….

- Lo que pidas… - dijo Percival.

- Te casarás conmigo.

Percival se estremeció. No concebía pasar el resto de sus días conviviendo con Nimué pero, sin embargo, era la vida de Arturo. Cuántas veces su amigo había salvado la suya durante una batalla. Le debía no una, sino cien vidas… Además, el reino necesitaba de la guía de Arturo.

- Así sea, - dijo el caballero - si curas a Arturo te desposaré, tienes mi palabra. Pero por favor, apúrate, temo llegar al castillo y que sea tarde para salvarlo.

En silencio, Nimué tomó una maleta, puso unos cuantos frascos de polvos y brebajes en su interior, recogió una bolsa de cuero llena de extraños ingredientes y se dirigió al exterior, seguida por Percival.

Al llegar afuera, Sir Percival trajo su caballo y con el cuidado con que se trata a una reina ayudó a Nimué a montar en la grupa. Montó a su vez y empezó a galopar hacia el castillo real. Una vez en el castillo, gritó al guardia para que bajara el puente, y éste con reticencia lo hizo. Franqueado por la gente de aquella fortaleza que murmuraba sin poder creer lo que veía o se apartaba para no cruzar su mirada con la horrible mujer, Percival llegó a la puerta de acceso a las habitaciones reales.

Con la mano impidió que Nimué se bajara por sus propios medios y se apuró a darle el brazo para ayudarla. Ella se sorprendió y lo miró casi con sarcasmo.

- Si vas a ser mi esposa, - le dijo él - debes ser tratada como tal.

Apoyada en su brazo, Nimué entró en la recámara real. El rey había empeorado desde la partida de Sir Percival; ya no despertaba ni se alimentaba.

El caballero mandó a todos a abandonar la habitación. El médico personal del rey pidió permanecer y Percival consintió.

Nimué se acercó al cuerpo de Arturo, lo olió, dijo algunas palabras extrañas y luego preparó un brebaje de un desagradable color verde que mezcló con un junco. Cuando intentó darle a beber el líquido al enfermo, el médico le tomó la mano con dureza.

- No. - dijo - Yo soy el médico y no confío en brujerías. Fuera de…

Y seguramente habría continuado diciendo “…de este castillo”, pero no llegó a hacerlo; Percival estaba a su lado con la espada cerca del cuello del médico y la mirada furiosa.

- No toques a esta mujer; - dijo Percival - y el que se va eres tú… ¡ahora! - gritó.

El médico huyó asustado. Nimué acercó la botella a los labios del rey y dejó caer el contenido en su boca.

- ¿Y ahora? - preguntó Percival.

- Ahora hay que esperar. —dijo Nimué.

Ya en la noche, Percival se quitó la capa y armó con ella un pequeño lecho a los pies de la cama de Arturo. Él se quedaría en la puerta de acceso cuidando de ambos.

A la mañana siguiente, por primera vez en muchos días, el rey despertó.

- ¡Comida! - gritó - Quiero comer… Tengo mucha hambre.

- Buenos días majestad. - saludó Galahad con una sonrisa, mientras hacía sonar la campanilla para llamar a la servidumbre.

- Mi querido amigo, - dijo el rey - siento tanta hambre como si no hubiese comido en semanas.

Es que no has comido en semanas. —le confirmó Galahad sonriendo.

En eso, a los pies de su cama apareció la imagen de Nimuémirándolo con una mueca que seguramente reemplazaba en ese rostro a la sonrisa. Arturo creyó que era una alucinación. Cerró los ojos y se los refregó hasta comprobar que, en efecto, ella estaba allí, en su propio cuarto.

- Nimué, te he dicho cientos de veces que no quería verte cerca de palacio. ¡Fuera de aquí! - ordenó el rey.

- Perdón majestad, - dijo Percival - pero debes saber que si la echas me estás echando también a mí. Es tu privilegio echarnos a ambos, pero si se va Nimué me voy yo.

- ¿Te has vuelto loco? - preguntó Arturo - ¿Adónde irías tú con este monstruo infame?

- Cuidado Arturo, eres mi amigo, pero estás hablando de mi futura esposa.

- ¿Qué? ¿Tu futura esposa? Yo he querido presentarte a las jóvenes casaderas de las mejores familias del reino, a las princesas más codiciadas de la región, a las mujeres más hermosas del mundo, y las has rechazado a todas. ¿Cómo vas ahora a casarte con ella?

Nimué se arregló burlonamente el pelo y dijo:

- Es el precio que ha pagado para que yo te cure.

-¡No! - gritó el rey - Me opongo. No permitiré esta locura. Prefiero morir.

- Ya está hecho, majestad. - dijo Percival.

- Te prohibo que te cases con Nimué. - ordenó Arturo.

- Majestad, - contestó Percival - existe solo una cosa en el mundo más importante para mí que una orden tuya, y esa es mi palabra. Yo hice un juramento y me propongo cumplirlo. Si tú te murieses mañana, habría dos eventos en un mismo día.

El rey comprendió que no podía hacer nada para proteger a su amigo de su juramento.

- Nunca podré pagar tu sacrificio por mí, Percival, eres más noble aún de lo que siempre supuse. - Arturo se acercó a Percival y lo abrazó - Dime alo que sea que pueda hacer por ti.

A la mañana siguiente, a pedido del caballero, en la capilla del palacio el sacerdote casó a la parePercival su bendición y un pergamino en el que cedía a la pareja los terrenos del otro lado del río y la cabaña en lo alto del monte.

Cuando salieron de la capilla, la plaza central estaba inusualmente desierta; nadie quería festejar ni asistir a esa boda; los corrillos del pueblo hablaban de brujerías, de hechizos trasladados, de locura y de posesión…

Percival condujo el carruaje por los ahora desiertos caminos en dirección al río y de allí por el camino alto hacia el monte. Al llegar, bajó presuroso y tomando a su esposa amorosamente por la cintura la ayudó a bajar del carro. Le dijo que guardaría los caballos y la invitó a pasar a su nueva casa.

Percival se demoró un poco más porque prefirió contemplar la puesta del sol hasta que la línea roja terminó de desaparecer en el horizonte. Recién entonces Sir Percival tomó aire y entró.

El fuego del hogar estaba encendido y, frente a él, una figura desconocida estaba de pie, de espaldas a la puerta. Era la silueta de una mujer vestida en gasas blancas semitransparentes que dejaban adivinar las curvas de un cuerpo cuidado y atractivo.

Percival miró a su alrededor buscando a la mujer que había entrado unos minutos antes, pero no la vio.

- ¿Dónde está mi esposa? - preguntó.

La mujer giró y Percival sintió su corazón casi salírsele del pecho. Era la más hermosa mujer que había visto jamás. Alta, de tez blanca, ojos claros, largos cabellos rubios y un rostro sensual y tierno a la vez. El caballero pensó que se habría podido enamorar de aquella mujer en otras circunstancias.

- ¿Donde está Nimué, mi esposa? - repitió, ahora un poco más enérgico.

La mujer se acercó un poco y en un susurro le dijo:

- Tu esposa, querido Percival, soy yo.

- No me engañas, yo sé con quién me casé - dijo Galahad - y no se parece a ti en lo más mínimo.

-Has sido tan amable conmigo, querido Galahad, has sido cuidadoso y gentil conmigo aun cuando sentías que aborrecías mi aspecto, me has defendido y respetado tanto como nadie lo hizo nunca, que te creo merecedor de esta sorpresa… La mitad del tiempo que estemos juntos tendré este aspecto que ves, y la otra mitad del tiempo, el aspecto con el que me conociste… - Nimué hizo una pausa y cruzó su mirada con la de Sir Percival - Y como eres mi esposo, mi amado y maravilloso esposo, es tu privilegio tomar esta decisión: ¿Qué prefieres, esposo mío? ¿Quieres que sea ésta de día y la otra de noche o la otra de día y ésta de noche?

Dentro del caballero el tiempo se detuvo. Este regalo del cielo era más de lo que nunca había soñado. Él se había resignado a su destino por amor a su amigo Arturo y allí estaba ahora pudiendo elegir su futura vida. ¿Debía pedirle a su esposa que fuera la hermosa de día para pasearse ufanamente por el pueblo siendo la envidia de todos y padecer en silencio y soledad la angustia de sus noches con la bruja? ¿O más bien debía tolerar las burlas y desprecios de todos los que lo vieran del brazo con la bruja y consolarse sabiendo que cuando anocheciera tendría para él solo el placer celestial de la companía de esta hermosa mujer de la cual ya se había enamorado?

Sir Percival, el noble y justo Sir Percival, pensó y pensó y pensó, hasta que finalmente levantó la cabeza y habló:

- Ya que eres mi esposa, Nimué, mi amada y elegida Nimué, te pido que seas… la que tú quieras ser en cada momento de cada día de nuestra vida juntos…

Cuenta la leyenda que cuando Nimué escuchó esto y se dio cuenta de que podía elegir por sí misma ser quien ella quisiera, decidió ser todo el tiempo la más hermosa de las mujeres.

Cuentan que desde entonces, cada vez que nos encontramos con alguien que, con el corazón entre las manos, nos autoriza a ser quienes somos, invariablemente nos transformamos.

23 de agosto de 2009

Olor a Gasolina y Neumáticos Quemados

La megafonía de la estación empieza a anunciar el autobus que me llevara a mi destino, así que recojo mi mochila y bajó hasta la dársena indicada. Pese a todo, y tal y como preveía, éste todavía no ha llegado, con lo que tranquilamente vuelvo a apoyar de nuevo la mochila en el suelo y con la vista todavía algo cansada por la falta de sueño de estos últimos días, miro a mi alrededor hacia el resto de gente con el que compartiré varias horas de este viaje, con algunos incluso las más de diez que me quedan por delante. A mi izquierda se encuentra un hombre al que le calculó más de cuarenta años, algo calvo, y con una marcada barriga, como si esto no fuera suficientemente revelador, a sus pies se encuentran, además del equipaje, tres bolsas de plástico, rellenas hasta rebosar, de repostería típica de la zona que en unos minutos abandonaremos. A mi derecha, sentados en el suelo, se encuentra un grupo de jóvenes, que, por su cabello rubio y piel roja, asumo que son turistas. Bueno, y que no han tomado demasiada precaución al ir a la playa. Pese a la hora en la que nos encontramos estan medio adormilados, de hecho, incluso una chica parece estar durmiendo, apoyada su cabeza sobre otra joven del grupo. Una familiar forma de hablar atrae mi atención hacia una señora mayor que llega cargada con varios fardos. Su estampa se parece tanto a la típica madre de familía gallega que parece sacada de un libro infantil. Junto a ella y ayudandola con las bolsas llegan dos chicas que deben estar rondando la treintena, una de ellas, vestida con un amplio pantalón verde y una camiseta blanca me llama poderosamente la atención. Y justo en ese momento llega el autobus.

Tras cargar nuestros equipajes y subir al interior, descubro, no sin cierto placer, que los asientos de las chicas de antes se encuentran cerca del mío, especialmente el de la chica de gafas que se encuentra en la fila de delante pero al otro lado del pasillo, cosa que hace que tenga una vista perfecta de ella.

Las horas de viaje se suceden lentamente, casi como si avanzaramos contra el tiempo mismo, pero a medida que recorremos kilómetros, unos pensamientos no paran de acometer insistentemente a mi mente. Y es que por alguna extraña razón, no puedo parar de pensar en aquella chica, su piel ligeramente bronceada y de aspecto suave, su pelo oscuro y recogido en una pequeña coleta, su cara, de rasgos angulosos, ligeramente suavizodos por las gafas que lleva, que lejos de quitarle atractivo, como algunos dicen, la dotan, desde mi punto de vista, de una mayor sensualidad, su cuerpo delgado, pero en apariencia, atlético, sus pechos, pequeños. Es como si todo en su cuerpo exudará sensualidad a expuertas.

Mientras el cansancio lucha contra la incomodidad de los rígidos asientos, mi imaginación no para de poblar mi mente de imágenes de su cuerpo desnudo, creando la sensación del contacto de su piel, sus besos y caricias, nuestros brazos rodeandonos, rodeando nuestros cuerpos desnudos.

Pero la realidad es acuciante, me obligó a recordar, y lo único que nos envuelve es un olor a gasolina y neumáticos quemados.

22 de agosto de 2009

Elegía a un Falso Amor

Ahora lo sé,
sé la verdad.

Sé que nunca me escuchaste,
sé que nunca me comprendiste,
ni lo intentaste,
sé que nunca te importaron
mis sentimientos.

Pero todo lo que vivimos juntos
forma parte de mi.
(y también de ti)

7 de agosto de 2009

Sabor a Tabaco y Alcohol

En la oscura sala, en mitad de un confuso laberinto de humo y difusas luces, rebotaban de un lado a otro las canciones típicas que uno podía oír en cualquier canal de radio. No era mi música favorita, la verdad, pero bueno, como mínimo se puede decir que era bailable. Además tampoco era mi día. No. Se trataba de la boda de mi prima y lo importante era que nos lo pasaramos bien. Y acerca de eso, no tenía nada que objetar.

Me encontraba en medio de un grupo, con algunos miembros más de nuestra familía y algún que otro amigo y amiga de los novios bailando, al menos divirtiéndonos simulandolo, una canción española de artista indefinido. No lo negaré, a mi oído, la mayoría de los grupos actuales se parecen mucho, y a esas horas más.

Entonces, el DJ cambió de estilo de música, sorprendiendonos con Mariacaipirinha de Carlinhos Brown. Esa canción con la que Clos montó esa especie de carnaval ambulante por las calles de Barcelona. No tenía ni idea de como se bailaba, pero de lo que se trataba era de pasarselo bien, asi que, ni corto ni perezoso, empecé a moverme, intentando que fuera lo más cercano al ritmo de la música que podía.

Entonces se acercó ella. No sé bien quién era. Nunca la había visto antes. Nunca hasta que durante el baile anterior se juntó con nuestro pequeñó grupo. La cuestión es que se acercó a mí, a apenas medio palmo de mi rostro y se pusó a bailar conmigo.

Su cara me llamó mucho la atención, sobre todo su boca y sus dientes, que le daban una sonrisa peculiar, característica, que junto con su largo pelo moreno, hacían que tuviera un enorme parecido con una joven Paz Vega.

La cuestión es que la chica empezó a moverse de manera frenética y sensual. Quizás en parte esperando que me amedrentara. Pero no lo hize. No, esa noche. En lugar de eso, hice todo lo que estaba dentro de mi escasa capacidad para seguirle el ritmo. En medio de uno de los movimientos, nuestras caras quedaron separadas por apenas unos escasos centímetros y entonces, ocurrió.

Su labios chocaron con fuerza contra los míos y su lengua penetró con fuerza dentro mi boca, buscando la mía. Durante un segundo, un largo segundo, no supe que hacer a continuación, como reaccionar. Pero, como si notara mi duda, ella actuó por mí y sus brazos rodearon mi cuerpo, mientras sus labios no paraban de moverse con fuerza y su lengua se frotaba con la mía, llenandome la boca de naranja con un leve toque de vodka.

Finalmente, mis ojos se cerraron y mi mente se entrego al tibio placer de sus labios y a su sabor a tabaco y alcohol.

6 de agosto de 2009

Verano de 1176

Un grupo de gaviotas chillaba animadamente ante la llegada de un nutrido grupo de barcos mercantes. Estos siempre representaban una abundante fuente de comida para esos pájaros carroñeros que tanto abundaban en las poblaciones humanas costeras.

Roger sonrió ante el grito de esas aves mientras una suave brisa marina le acariciaba el pelo largo. Todo era tan diferente de casa. De ese pequeño valle en el que había crecido y que ahora quedaba tan, tan lejos.

Hacía ya más de un año que había abandonado su hogar en los Pirineos y en todo este tiempo, el mundo había crecido enormemente. No, se obligó a pensar, el mundo no ha crecido, siempre ha sido igua de grande es sólo que ahora sé más cosas de él.

De camino a Marsella se habían cruzado con un grupo de cátaros. Pese a ser cristianos como ellos, veían algunas cuestiones de manera muy diferente a como siempre le habían enseñado. Al principio, a Roger le fue muy sencillo pensar que simplemente estaban equivocados. Al fin y al cabo, los cátaros eran un grupo pequeño que se encontraba sólo al otro lado de los Pirineos y ellos, los verdaderos cristianos estaban por todas partes. A medida que iba avanzando el viaje, empezó a cambiar su punto de vista y se lamentaba de no haber aprovechado la oportunidad de aprender algo más de ellos.

En Marsella en el barco en el que embarcaron viajaban también varias familías judías. Pero, sobre todo, estaba Judith. Una mujer de veinticinco años que se había quedado viuda recientemente y que volvía a Italia con su familía. Todo en su figura era embriagante y sensual y le enseñó a Roger un mundo nuevo de sensaciones y placeres. Ahora, que llegaba finalmente a su meta, todavía podía sentir en sus dedos el recuerdo de la suave piel de la mujer judía.

A su lado el caballero de Montcada desembarcó en el puerto de Paphos y casi por pura inercia Roger le siguió. Que fácil había sido irse de casa de sus padres el año anterior. El mundo era tan pequeño, tan sencillo. Ellos, los cruzados, eran lo buenos y tenían el deber de vencer al perro infiel y recuperar Tierra Santa. Pero ya no lo veía tan claro.

Lo que antes era una simple composición de blanco y negro ahora se había convertido en un matiz de grises. ¿Estaría haciendo lo correcto?

Mientras seguía con el debate interno, Roger Desllor siguió el camino que le llevaría al capítulo de la Orden de los Caballeros del Hospital de San Juan, donde sería ordenado Caballero de Honor y Devoción.

4 de agosto de 2009

Visión entre Humo y Sombras

Ya llevábamos vistados un par de locales esa noche, aunque sería mejor llamarlos antros, cuando nos dirigimos a esa discoteca. De todas maneras, lo que importa no es el sitio en el que te encuentras, sino la gente que te acompaña, o al menos eso es lo que dicen en las películas. La verdad sea dicha es que hasta ese momento me había reído bastante con los compañeros con los que salimos de fiesta.

El portero abrió la puerta del local y tras una cerrada bruma, mezcla de humo de tabaco y esa especie de niebla que echan de vez en cuando, y un tenúe iluminación, apenas se distinguían unas siluetas borrosas. Una vez bajada ya la rampa de acceso se tenía mejor perspectiva del local y de la gente que allí se encontraba.

A unos escasos metros de la entrada, se encontraba un grupo de unas siete u ocho chicas. Teniendo en cuenta que nosotros eramos un grupode cuatro solteros, no hace falta decir que eso atrajo nuestra atención, mentiría si no lo hiciera. Pero mientras mis compañeros no dejaban de devorar con la mirada a dos de ellas que se encontraban al frente y lucían pronunciados escotes, mi atención se quedó prendida de otra integrante del grupo. Era una chica delgada y bastante alta, con el pelo rubio hasta los hombros y grandes ojos que quedaban parcialmente tapados por una gafas de montura grisácea. Como si una mano invisible obrará en nuestros movimientos, el flujo de gente nos obligó a permanecer allí detenidos. Y mientras mis amigos no paraban de hacer comentarios sobre las dos chicas llamativas, yo no podía apartar la vista de aquella joven. A lo mejor se dio cuenta de mi mirada o quizás fue sólo casualidad, pero su sus ojos se encontraron con los míos, y durante unos instantes, sentí como si el mundo entero se detuviese, sólo estábamos ella y yo. Como accionados por un mismo resorte, ambos sonreímos a la vez. Su rostro se ruborizó levemente y apartó la mirada, sin dejar de mantener esa leve sonrisa. Normalmente me cuesta acercarme a hablar con desconocidos, especialmente con chicas, pero esa noche había algo diferente. No sé el que, y justo cuando me dispuse a dar el primer paso en su dirección, notó una fuerza que se me lleva. Una de las corrientes humanas que se movía por dentro de la discoteca nos cogió y nos desplazó hasta la barra.

Al llegar a ella, mis compañeros se detuvieron y empezaron a pedir algunos cubatas para saciar su sed y, en sus magnificadas fantasías, coger valor para ligar con las chicas de antes u otras similares proporciones físicas. Mientras la camarera, a la que no paraban de mirar les servía, me dí la vuelta en busca de aquella chica. Pero ya no la ví. Donde antes se encontraba su grupo, había ahora un grupo de chavales jóvenes de los que dedican el tiempo libre a ir al gimnasio a muscularse. Sin darme todavía por vencido, recorrí el local con la mirada. En algún sitio u otro tenían que estar. No era posible que se hubieran desvanecido en el aire, ¿verdad? Pero eso es lo que parecía. Con un suspiro de resignación al no hallar rastro de esa chica o al menos de una de las del grupo me dí la vuelta hacia mis amigos.

La noche avanzaba lentamente, igual que se deslliza el aceite derramado. Y yo no podía quitarme de la cabeza de la imagen de aquella chica. Sus rasgos suaves, ligeramente redondeados, su pelo liso, de un color pajizo, que clamaba ser acariciado. Su cuerpo fino y delgado, que con cada minuto que pasaba recordando su imagen, mayores ganas tenía de tener entre mis brazos. Su vestimenta, una simple camiseta negra, lisa y unos tejanos mostraban una preocupación por la estética similar a la mía, cuya vestimenta, por pura casualidad constaba también de una camiseta lisa de color negro y unos cómodos tejanos.

Mientras mis amigos seguían con la mirada a una u otra chica, vestida con revelador escote o corta falta, yo no paraba de buscar a esa chica con la mirada. Más de una vez tuve que detener mi tren de pensamientos, que, para mi gusto, se acercaba demasiado a la obsesión. Tal y como era previsible ninguno de mis amigos entabló conversación con aquellas chicas con cuyas miradas desnudaban. Quizás fue por esa misma falta de interés por mi parte que una de esas chicas se acercó a mi a hablar. Estuvimos hablando un par de minutos, pero su conversación resultó ser tan vacía como llamativo pretendía que fuera su físico. Así que decidí volver con mis amigos. Y tal y como sabía que ocurriría no comprendieron mi decisión. Pero uno se acostumbra. Y es que no sólo esta el hecho de que tiene que haber algo más allá del físico, sino que mis gustos estéticos son algo diferentes de aquellos de la mayoría de hombres.

En una de las relocalizaciones que hicimos dentro de la discoteca, llegamos cerca de la puerta. Y el corazón se me aceleró. Al detenernos, quedé cara a cara con ella, apenas nos separaban dos o tres metros, donde estaban bailando unas chicas más bajas que nosotros dos. Al principio, su rostro mostraba un gesto de aburrimiento que desapareció como una tormenta de verano cuando sus ojos se cruzaron con los míos. No pude verme, pero estoy completamente seguro de que mi cara también reveló claramente la emoción que sentí al verla de nuevo. Pero, entonces, una de sus amigas se acercó y tras decirle algo al oído, empezó a llevarsela hacia fuera. Dispuesto a no volver a perder esa oportunidad, me dirigí hacia ellas, pero justo en ese momento, la chicas que tenía enfrente se giraron bailando. Tarde un poco antes de poder abrirme paso, hacia la puerta del local. Cuando finalmente llegué a la calle, el frío aire nocturno me recibió como una bofetada en pleno rostro. Miré a un lado y hacia otro, pero no las vi por ningún sitio. Iba a preguntarle al portero, cuando oí un ruido de motor y por delante de nosotros, pasó un Cordoba blanco. Ella iba al volante. De nuevo, suspiré de resignación. A veces parece que no se puede luchar contra la adversidad. Por lo menos, me seguía quedando el recuerdo de su visión entre humo y sombras.

27 de julio de 2009

15 de Julio de 1982

En el campanario de la iglesia cercana empezaron a sonar las campanadas que marcaban las cuatro de la tarde. Jack se despidió de sus amigos y se fue corriendo a su casa, cargado de la emoción. Le encantaba jugar al fútbol en la calle, pero hoy no podía retardarse.

Pues esta tarde se iban de vacaciones a Francia. Y Jack estaba encantado. Tenía seis años y sería la primera vez que salía del país. Desde que sus padres se lo dijeron no había pasado ni un solo día en el que no intentara averiguar más cosas de ese país o imaginándose ya como sería cuando llegaran allí. Incluso le habían dicho que había una ciudad, no se acordaba del nombre, donde había un puente muy grande del cual sólo quedaba la mitad. Jack se había pasado muchas noches imaginando como sería ese puente. Y en sólo unos días lo podría verlo. Siguió corriendo.

Y corriendo. Las sirenas de los coches de emergencias normalmente le hacían detenerse y mirarlos, pero estaba tan emocionado que hizo caso omiso de esos sonidos en su camino a casa. Ni siquiera notó las nubes oscuras que crecían en el cielo.

En su estado, nada le preparó para lo que se encontró al llegar a su calle. Su edificio estaba ardiendo, desde la base hasta los cimientos. Delante de él había tres camiones de bomberos, lanzando agua y rescatando a la gente, y dos ambulancias, cuyos técnicos estaban atendiendo a las personas que sacaban los bomberos del edificio.

Jack se quedó unos instantes paralizado, sin poder moverse. Cuando finalmente pudo reaccionar, salió corriendo hacia donde se estaban juntando sus vecinos. Allí estaba la señora Douglas, que siempre que lo encontraba le daba caramelos, los Killroy, con cuya hija, Lianna, solía jugar, el grupo de jóvenes que vivían en el piso de abajo. Pero no veía por ninguna partea sus padres o su hermano.

Jack ni siquiera pensó en lo que hacía cuando se lanzó a la carrera hacia el edificio. Un bombero de mediana edad intentó detenerlo, pero lo regateó sin detener su carrera en ningún momento y cruzando el umbral.

Los bomberos que apuntaban las mangueras al edificio intentando apagarlo empezaron a gritarle para que se detuviera. Pero Jack no oía nada, su mente estaba fija en un solo objetivo, llegar a su casa.

Mientras subía a la carrera las escaleras, el calor del ambiente aumentaba rápidamente y Jack sudaba copiosamente. Su pequeño cuerpo empezaba a aquejar el esfuerzo al que se estaba viendo sometido y mientras iba dejando los escalones atrás, su pecho se movía violentamente mientras no paraba de jadear. Y para empeorarlo todavía más, un espeso y denso humo negro empezaba a rodearlo, haciendo que su garganta le escociera y los ojos le picaran y se le llenaran de lágrimas. Pero ni aún así, Jack se detuvo. No podía hacerlo.

Con los ojos cerrados y medio tambaleándose llegó finalmente al rellano del ático. Cuando, con los ojos entrecerrados, vio la puerta de su casa todavía cerrada, cargó directamente contra ella, como si de un jugador de rugby se tratara, saltando en el último momento, para golpearla con todo su peso. El calor de las llamas había debilitado la puerta y en cuanto la golpeó, ésta crujió y una parte de ella se rompió. Mientras caía en el vestíbulo de su casa, una lengua de aire caliente lo recibió y las llamas que empezaban a propagarse por las paredes parecían haber ganado fuerza.

Jack volvió a abrir los ojos y, sin tener en cuenta su propia seguridad, se dirigió hacia dentro de su casa en llamas, sin dejar de gritar el nombre de sus padres y de sus hermanos.

Por encima del crepitar de las llamas, logró oír la familiar voz de su madre, aunque sonaba terriblemente débil. Jack corrió hacia ella, hacia el comedor. Casi todo el techo se había desplomado, llenando la sala de cascotes. En mitad de las llamas, vio a su madre en el suelo, sus piernas estaban atrapadas por una viga. De debajo de un montón cercano, sobresalía un musculoso brazo que ya no se movía. Jack reconoció al momento el tatuaje del antebrazo de su padre.

Su madre, en cuanto lo vio empezó a gritar su nombre. Las lágrimas de Jack brotaron profusamente, no sólo por el humo, mientras gritaba su nombre y corrió hacia ella.

Pero no pudo moverse, alguien le cogió y la levantó del suelo. Los bomberos le habían seguido y uno de ellos lo tenía cogido mientras los otros se acercaban a su madre. Jack no paró de moverse, dar patadas y gritar mientras intentaba liberarse del bombero que se lo llevaba del piso.

Saliendo del piso, empezó a oír fuertes gritos de dolor y angustia de su madre que hicieron que se moviera de manera todavía más violenta hasta que cedió a la intoxicación por culpa del humo y se quedó inconsciente.

18 de julio de 2009

Destellos de Vida

El verdor de las hojas en primavera,
se ve acompañado en verano, del perfume de las flores,
tiñéndose en otoño del color del fuego
para caer y desaparecer en invierno.

Tal es la naturaleza de la vida,
tal es el ciclo de la muerte.

Somos fugaces estrellas,
pequeñas explosiones cósmicas,
destinadas a brillar fugazmente un instante
para luego caer en el olvido
de una noche infinita.

17 de julio de 2009

Ruidos a Charca y Cañaveral

Delante de mí se encuentra un gran estanque, reflejando, como si de un ondulante espejo se tratara, las montañas que cierran el valle donde se encuentra. Un tupido mar de cañaverales marca sus límites y de él surge una discorde melodía, croar de ranas, zumbido de insectos y trinar de pájaros. Por separado, cada uno de ellos goza de una harmonía propia, característica. Unidos, todos ellos, pierden su individualidad, creando una composición vacía de todo artificio; un canto natural que no habla a los oídos, sino a una parte más interna de mi ser. No a mi alma, o mi espíritu, no tengo claro que siquiera lleguen a existir. Se trata más bien de aquella parte que es consciente de que forma parte de algo más, de algo más grande que una sola persona.

En el desvencijado embarcadero, cuyas maderas rechinan a cada paso, se encuentran junto a mí, dos buenos amigos. Al encontrármelos en el campo visual, no puedo evitar sonreír. Se trata simplemente de lo mismo. De la sensación de formar parte de algo más. De poder confiar en otras personas como en uno mismo. De sentir que no estás sólo frente al resto del mundo.

Un pequeño pez plateado, salta en el aire, rompiendo la superficie del lago. Me tumbo de nuevo en el embarcadero y cierro los ojos. A nuestro alrededor siguen los ruidos a charca y cañaveral.

16 de julio de 2009

Hogar

Hogar, dulce hogar.
Palabras míticas,
palabras gastadas,
palabras vacías.

Hay quien dice que se trata de un lugar,
allí donde unos se siente bien,
donde se siente seguro.
No donde nació, donde está su pasado,
sino donde crea su proyecto de futuro.

Hay también quien dice que es algo interior,
algo emcional, no físico.
Estar a gusto con tus seres queridos,
con aquellos a los que amas.

A unos y a otros,
yo os envidio vuestra suerte.

Maldito mi destino
que me niega un hogar,
condenado a vahar continuamente.

Sin sentirme a gusto en ninguna parte,
sin echar nunca raíces.
Viviendo allí donde el viento me lleve,
nómada eternamente.

11 de julio de 2009

El Pingüino que Soñaba con Volar

Hubo una vez un huevo de pingüino que se perdió y fue a parar donde vivía una colonia de gaviotas. Los detalles de esta cuestión, pese a que realmente son muy interesantes, no tiene nada que ver con la historia que ahora nos ocupa.

El caso es que las gaviotas adoptaron al huevo como si fuera propio y cuando éste eclosionó, aceptaron a la cría que de él salió como si fuera una más de la bandada.

A diferencia de los seres humanos, los animales no se dedican a categorizar extensivamente el mundo. Para ellos sólo hay tres tipos de animales: los que te pueden comer, los que pueden ser tu comida y todos los demás. Y así, el pingüino creció dentro del grupo de gaviotas, como uno más, sin diferencia de tratos.

Desde pequeño, siempre le fascinaba enormemente ver como las gaviotas adultas alzaban el vuelo y recorrían el cielo azul. Por las noches, siempre soñaba con el momento en el que, siendo mayor, él podría alzar también el vuelo y, como decían los adultos, sentir la caricia del aire sobre su piel.

Pasaron los meses y sus amigos de la infancia, empezaron a levantar el vuelo. Pero el pingüino, no pudo. Lo intentó, lo intentó continuamente. Al principio, no había día que no intentase levantar el vuelo. Y pensando que quizás se debiera a la altura empezó a subir precipicios desde donde se lanzaba. Pero tampoco funcionó.

Pero el pingüino no se desanimaba. En cuanto sus heridas se curaban, él volvía a intentarlo. Quizás no era el sitio adecuado, o el viento, o no estaba haciendo lo correcto.

Más los resultados eran siempre los mismos. Una vez tras otra, el pingüino siguió cayendo.

Pero a su alrededor, las gaviotas seguían volando y le explicaban la maravillosa sensación que era. Y el pingüino no lo entendía. A su alrededor todo el mundo estaba volando, entonces, ¿qué le ocurría a él? ¿Por qué no podía?

Desconocedor de lo que conllevaba su verdadera naturaleza, el pingüino se pasó el resto de su vida intentando volar, aunque incapaz de reconciliarse con su propio ser, no fue una vida muy larga.

10 de julio de 2009

El Lago

Siento que a mi alrededor
el viento ha cesado de soplar,
que ya ni la más ligera de las brisas
se acerca a mí,
a este sereno lago
de montañas rodeado.

Y ante tal quietud,
ante tal ausencia de vida,
nada perturba, ni agita
las tranquilas aguas.

Pero en lo más hondo de mi ser,
sé la falsedad que esconde,
sé cómo el tedio lo destroza.

La perpetua monótona rutina
que no amenaza la quietud,
lejos de permitirle mantener
el estado apacible,
le ataca desde dentro,
y en el profundo interior
nace con fuerza un deseo,
un anhelo que lo reconcome,
que de entre las montañas
que lo aíslan del mundo
vuelva a aparecer una tormenta,
un cúmulo de fuerzas naturales
y de ingentes emociones imparables
que amenacen de nuevo su quietud.

Sólo en esos momentos de conflicto,
cuando su equilibrio se ve amenazado,
cuando todo el mundo a su alrededor
cambia velozmente sin contar con él,
sólo entonces siente el lago
la vida que fluye en sus aguas.

Esa confrontación es la que anhela,
la que desea con todo su ser.

Sólo en semejante tempestad exterior
que lo amenace,
puede hallar la paz interior
que lo completa.

Sólo en el centro de una tormenta
podrá obtener la verdadera calma,
y no ese burdo engaño
que ahora lo rodea.

A su alrededor, las cumbres,
de nieve empiezan a llenarse.

Sé que, cuando las nieves se fundan,
llegará al lago una gran tempestad,
quizás la mayor que haya vivido nunca.

Sólo se trata de tener paciencia.

8 de julio de 2009

22 de Marzo de 2004

Las luces apenas eran capaces de atravesar la densa cortina de huma que imperaba en el local, dándole una tenue iluminación donde las sombras oscurecían las bebidas y ocultaban los rostros, como si el ambiente mismo se avergonzara de la compañía en la que se encontraba.

Jack dio otro largo sorbo a su pinta de cervez negra mientras observaba detenidamente el desvencijado piano de madera antaño clara que se encontraba en uno de los rincones del local, Y sonrió para sí mismo. Despuñes de todo por lo que ha pasado, de todo lo que ha visto y vivido, ha quedado reducido a esto, a mero músico de taberna.

Una de las camareras pasó por su campo visual y, malinterpretando su gesto, le sonrió a su vez. Era una bonita joven de corto pelo castaño, profundos ojos verdes y sonrisa inocente. Jack no estaba seguro de poder recordar su nombre. Pero siempre que venía a tocar en Doherty's notaba las mismas miradas tímidas que ella le dirigía cuando creía que él no se daba cuenta. Volvió a mirarla cuando pasó cerca de él, camino de una de las mesas. Ahora que lo pensaba, estaba casi seguro de que se llamaba Eileen. Todo en ella irradiaba pureza, inocencia. Y eso, por mucho que se lo negase, atraía a Jack. Pero, sencillamente, pertenecían a mundos demasiado diferentes, se forzó a pensar.

Cogió lo que quedaba de su cerveza, se levantó del taburete y se encaminó, con paso firme, hacia el piano. Al llegar allí, dejó un momento la pinta encima del piano, para estirar los brazos y los dedos. Luego, volvió a cogerla y mientras le daba otro largo sorbo, levantó la tapa del teclado con el brazo izquierdo. No pudo evitar que su mirada se dirigiera fugazmente al encuentro de la chica. Eileen, sí, estaba convencido de que ése era su nombre, se encontraba de pie, al lado de una columna, mirándole. Al cruzarse las miradas, la joven se ruborizó y apartó al vista, mientras cambiaba de sitio. Eran demasiado diferentes. Jack volvió de nuevo la vista al piano. cerró los ojos un instante, y dejó que los dedos se acercaran a las teclas, sacando de ellas los primeros acordes de Londonderry Air.

6 de julio de 2009

Primavera de 1175

El escudero Roger Desllor detuvo su caballo y se dio la vuelta, para mirar, quizás por última vez, el pueblo de Ripoll, donde se había criado. Mientras observaba el valle desde la distancia, en su mente afloraron un montón de recuerdos. La casa donde se crió. El prado donde su padre le enseñaba a utilizar una espada. El recodo del río donde él y sus hermanos iban en verano a bañarse. La arboleda donde iba a escondidas con Beatriu y donde se dieron su primer beso. A la vez que se dibujaba una sonrisa en sus labios, sus ojos se humedecieron levemente. Pero, él no podía llorar. Los hombres no lloran. Y él tenía ya quince años.

Con un último vistazo, se despidió de su pasado y se dio la vuelta hacia el séquito del caballero de Montcada, amigo de su padre y que le ayudaría a convertirse en caballero de la Orden del Hospital de San Juan, como su padre antes que él, tal y como correspondía a todo segundo hijo. Su hermano mayor, ramon, heredaría las tierras, mientras que su hermano pequeño, Llorenç, era ya novicio en el monasterio de Santa Maria de Ripoll. Su hermana gemela, Dolça, se casaría a finales de verano con Joan, heredero de una de las familias terratenientes de la zona.

Pero Roger no quería pensar más en lo que dejaba atrás, sino tan sólo en el futuro que se le abría delantes. Después de unos días de viaje llegarían a la ciudad de Girona, donde se unirían a algún grupo que se dirigiese hasta Marsella y, desde allí, embarcarían con destino a Chipre, donde, con suerte, Roger sería nombrado caballero de la Orden del Hospital de San Juan.

4 de julio de 2009

Olor a Hierba Fresca

Siento como el suave olor a hierba recién cortada, ligeramente mojada por la suave lluvia entra en mi interior. Es un aroma particular, conocido, pero a la vez difícil de clasificar. Cada vez que noto ese peculiar aroma no puedo evitar cerrar los ojos y dejarme llevar. Dejar que mi mente vague, quizás en el tiempo, quizás en los recuerdos, quizás en otras dimensiones, no lo sé. Ni me importa. Sólo importa la sensación que noto, esa libertad, esa frescura que percibo en todo mi cuerpo.

Repentinamente, el estallido de un trueno lejano me saca de mi ensoñación, y me devuelve a la realidad. Es negra noche y aquí me encuentro, en una desierta urbanización, sentado bajo una solitaria marquesina de autobús, resguardándome de la lluvia a mi alrededor. Al recordar la razón de que esté allí me gustaría hacer como en las películas o los libros, salir fuera, y dejar que el agua me purifique, que mientras van cayendo las gotas, me vayan limpiando y llevándose con ellas, los problemas y preocupaciones. La cuestión es que esto en la vida real nunca sucede y, lo más probable, es que simplemente acabase con un importante resfriado.

Perdida la noción del tiempo que llevo allí, miró perezoso el reloj. Hace ya más de una hora. No muy lejos de donde me encuentro, dos amigos buscan alivio en cuerpos de alquiler, calor humano a cambio de dinero. No puedo evitar que en mis labios se dibuje una sonrisa a medias, sarcástica y algo lobuna. Por ellos, y sus fútiles esperanzas, y por mí, sentado en la solitaria marquesina, mientras no deja de llover.

Suspiro y vuelvo a sonreír, con más ganas esta vez. Al menos me queda el olor a hierba fresca.

27 de junio de 2009

14 de Abril de 2000

Era una lluviosa mañana de primavera. El cielo plomizo añadía un matiz de tristeza a los sentimientos contrariados de Jack. Suspiró y lentamente apuró el vaso de whiskey mientras observaba por la ventana como las gotas de agua golpeaban el sucio cristal, componiendo una monótona melodía. Más abajo, una multitud de gente con paraguas de colores se movía continua e incesantmente, ajena a aquellos que la rodeaban o formaban parte de ella misma. La mirada de Jack se detuvo en una esquina de la calle. Allí, parada bajo una alacena, evitando el aguacero, se encontraba una joven de mirada triste. Verla, le hizo recordar la noche anterior y un breve estallido de rabia hacia su persona le hizo levantar. La había perdido. Y todo por su estupidez.

Pero eso no era todo lo que le ocurría. Y pese al tremendo dolor que sentía en el pecho al recordar su voz, hubiera vendido gustoso su alma al diablo para que ello fuera lo único que le ocurriera. En la última semana, su vida había empezado una espiral descendente donde la noche anterior fue tan sólo la última étapa, el acorde final de una melodí de fatalidad. Todos aquellos que alguna vez había creído cercanos le habían abandonado, resultaba que le engañaban o, simplemente, estaban muertos. Y ahora, iban a por él. Con paso cansado, se acercó a la mesa y acabó de vaciar la botella de whiskey en el sucio vaso. Lo último que quería en ese momento era pensar.

Justo cuando la última de las gotas golpeó suavemente el dorado líquido del vaso, la mugrienta puerta de la habitación de la pensión voló por los aires y, tras la leve nube de polvo y astillas que se formó, se veían las figuras de tres individuos con pasamontañas y pistolas semiautomáticas. Sin concederle ni un momento para analizar la situación, el cuerpo de Jack reaccionó saltando hacia el lado de la cama, mientras el vaso caía hacia el suelo explotando en un montón de pedazos y varias balas silbaban cruzando la habitación y clavándose en la pared. El golpe que recibió al chocar en el suelo reavivó el dolor en el hombro, pero ahora no se podía permitir ni un instante de descanso y dirigió con velocidad frénetica el brazo bueno hacia el cajón superior de la mesita.

Uno de los encapuchados llegó a la esquina de cama con su pistola apuntado al pecho de Jack. Pero, antes siquiera de que pudiera apretar el gatillo de su arma, éste asío la fría empuñadura de su fiel Beretta y en un movimiento fluído la llevó al frente y disparó. La bala atravesó el silencio de la habitación, clavádose finalmente en la mampostería tras provocar una leve nube de sangre al atravesar el pecho del encapuchado, que falto de vida se desplomó en el suelo.

Después de eso, siguiendo sus instintos, Jack rodó debajo de la cama mientras los otros dos asaltantes corrían al lado de su compañero. Cogiendolos por sorpresa, se levantó rápidamente y con dos rápidos disparos acabó también con sus vidas.

Mientras el polvo todavía se estaba aposentando en el suelo, Jack salió corriendo de la habitación de la pensión. En su mente había un claro objetivo. Acabaría con ellos antes de que acabaran con él.

25 de junio de 2009

Sin mi Luz

Vuelvo de nuevo al hogar,
todo está como lo había dejado,
todo, menos tu sombra,
que nunca más proyectarás.

Fuíste para mi el mejor maestro,
y sin acabar las lecciones he quedado.
Tal vez, ésta sea la última enseñanza,
y la más dura, decirte adiós.

Desde que te conocí,
fuíste el faro que me guiaba,
y como un navío sin su luz
espero no naufragar en el mar de la vida.

Todo lo que pudiera escribir
sería vano e inútil,
pues jamás estaría a tu altura.

Así, pues, sólo puedo decir una cosa más:

"Hasta pronto, Maestro"