15 de febrero de 2011

14 de Junio de 1992

El olor a pólvora llenaba la habitación e invadía los sentidos de Jack. Éste cerró los ojos y respiro hondamente, absorbiendo ese peculiar aroma. Le hacía sentir vivo, lo ponía en movimiento; pero, sobretodo, le devolvía los recuerdos de porque hacía lo que hacía.

Abrió de nuevo los ojos y miró a Doyle, de treinta años y la piel curtida por su trabajo en los muelles. Éste asintió al resultado del trabajo de Jack, lo que levantó su ánimo. Doyle era increíblemente parco a la hora de mostrar su agrado o que alguien había hecho un buen trabajo. Con orgullo, Jack bajó la mirada a su pequeña obra. Encerrada dentro de un ligero cilindro fácilmente transportable había suficiente carga explosiva como volar un edificio de dos plantas. Mientras lo guardaba en la mochila, empezaba ya a imaginarse las llamas que provocaría la explosión.

Los otros integrantes del grupo iban saliendo de la habitación, algunos de ellos, otros adolescentes de la edad de Jack movían los labios mientras rezaban alguna plegaria en busca de consuelo y de algo que les proporcionase una forma de luchar contra sus nervios y miedos.

Mientras salía, lo único que conjuraba la mente de Jack era la imagen de su madre moribunda atrapada bajo las vigas.

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