Y siguió adelante, un día tras otros, hasta que, de repente, se presentó ante él, una enorme loba de piel plateada, que, en un segundo se abalanzó sobre el caballo y lo despedazó. Viktor, sin dejarse desanimar, siguió su camino a pie y continuó andando, andando hasta que no pudo avanzar más debido al cansancio y al dolor de los pies, y se detuvo a tomar aliento y descansar un momento. Entonces, fue cuando lo invadió una gran pena y rompió en amargo llanto. En ese momento, se le apareció nuevamente la loba plateada.
- Siento, zarévich Viktor, - habló con voz cristalina - haberte privado de tu caballo. Monta sobre mí y yo te llevaré a donde necesites.
Sin pensárselo dos veces, Viktor montó sobre ella y, apenas había nombrado al Pájaro de Fuego, la Loba Plateada echó a correr con la velocidad del viento, sin detenerse en ningún momento hasta que llegó frente un robusto muro de piedra.
- Este muro rodea el jardín en el que se encuentra el Pájaro de Fuego, encerrada en su jaula de oro. Trépalo y, escúchame bien, zarévich Viktor, coge una de sus plumas pero guárdate de tocar la jaula.
No sin esfuerzo, Viktor franqueó el muro y llegó al centro del jardín. Lentamente se acercó a la luz rojiza que procedía del Pájaro de Fuego y se agachó para coger una de las plumas que se encontraba sobre la hierba. Entonces, su mirada se encontró con la del Pájaro que estaba triste de encontrarse encerrado en un lugar tan estrecho. Sin pensarlo, Viktor cogió la jaula para dejarlo libre pero, apenas la hubo tocado cuando sonaron mil campanillas que pendían de infinidad de cuerdecitas tendidas en la jaula. Se despertaron los guardianes del jardín y prendieron al zarévich Viktor, llevándolo ante el zar Dolmat.
- ¿Quién eres? - le habló enfadado - ¿De qué país provienes? ¿Cómo te llamas?
Viktor le contó la historia de la aflicción de su padre.
- ¿Te parece digna del hijo de un zar la acción que acabas de realizar? Si hubiese venido a mí directamente y me hubieses pedido una pluma del Pájaro de Fuego, yo te la habría dado de buen grado; pero ahora tendrás que ir a mil leguas de aquí y traerme el Caballo de las Crines de Oro, que pertenece al zar Afrón. Si lo consigues, te entregaré el Pájaro de Fuego.
Volvió Viktor junto a la Loba Plateada.
- ¡Ay, zarévich Viktor! ¿Por qué no hiciste caso de lo que te dije? ¿Qué haremos ahora?
- No podía dejar al Pájaro de Fuego atrapado en esa jaula. He prometido al zar Dolmat que le traeré el Caballo de las Crines de Oro. Y tengo que cumplirlo, porque si no, no me dará el Pájaro de Fuego.
- Bien. Pues móntate de nuevo sobre mí y vamos allá.
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