No sabemos lo que duraría este viaje, pero sí que, al fin, se paró la gran Loba frente a una gran verja dorada que cercaba el jardín del palacio donde vivía Elena la Bella. Al detenerse, habló así a Viktor.
- Esta vez, voy a ser yo quien haga todo, zarévich Viktor. Espéranos a la infanta y a mí en el prado, al pie del roble verde.
Viktor obedeció y la Loba saltó por encima de la verja, escondiéndose entre unos zarzales.
Al atardecer, salió Elena la Bella al jardín para dar un paseo acompañada de sus damas y doncellas, y cuando llegaron junto a los zarzales donde estaba escondida la Loba Plateada, ésta les salió al encuentro, cogió a la infanta, saltó la verja y desapareció. Las damas y las doncellas pidieron socorro y mandaron a los guardianes que persiguieran a la Loba Plateada. Ésta llevó a la infanta junto a Viktor.
- Móntate, zarévich Viktor. Coge en brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afron.
Viktor, al ver la sonrisa inocente que se dibujaba en el rostro de Elena mientras cruzaban velozmente prados y bosques, se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poderse contener rompió en amargo llanto.
- ¿Por qué lloras? - le preguntó entonces la Loba Plateada.
- ¿Cómo no he de llorar si para salvar a mi padre tengo que quitarle la libertad a Elena ahora que empieza a disfrutar de ella?
- Pues escúchame. - le contestó la Loba - Me transformaré en ella y tú me llevarás ante el zar. cuando recibas el Caballo de las crines de Oro, márchate inmediatamente con ella. Y, cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.
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