Por fin llegó el lunes y, con él, un soplo de normalidad en la vida de Sèbastien. Atravesadas las puertas de acceso al edificio, se detuvo, regalándose unos segundos para sentir el entorno, el ambiente. Incluso, si se esforzaba, le parecía ser capaz de oler el polvo acumulado durante siglos en los pasillos de esa vetusta universidad. Retomó el paso, dirigiéndose al segundo piso.
Al llegar frente al despacho de los becarios del Departamento de Filosofía Práctica, su mano se detuvo a medio camino del pomo de la perta, dándole unos segundos antes de volver a su puesto de trabajo. Sin dilatar más la espera, alargó el brazo y giró el pomo de la puerta.
En el interior del despacho compartido, sentado en su mesa sólo se encontraba Mateo que tras levantar la mirada un segundo al abrirse la puerta volvió a dirigirla a los papeles que tenía en la mesa. Sèbastien ignoró como siempre el comportamiento altivo del español y se dirigió a su mesa. Éste siempre tratabas a los demás con prepotencia. Con tan sólo veinte años ya era profesor adjunto y consideraba que eso lo situaba un escalón por encima de sus compañeros. La verdad es que su pedantería agotaba a Sébastien, Mateo parecía incapaz de pronunciar una frase sin mencionar algún obscuro autor o intentar mostrarse superior intelectualmente a su interlocutor.
Ya sentado, Sébastien empezó a revisar los papeles que llevaban una semana ya en su mesa. Tenía que ponerse las pilas, pues se pronto se le acaba el termino para entregar las notas de los exámenes. Dadas las circunstancias, suponía que nadie se quejaría si se demoraba unos días, pero su sentido del deber le podía. Entonces, se abrió la puerta que conectaba a una pequeña habitación que usaban de archivo y entró Valeria.
Sébastien se quedó mirando a la italiana mientras ésta cruzaba la habitación sin dirigir palabra a ninguno de los dos. Por el rabillo del ojo, no se le escapó que Manuel también desvió su atención de los papeles. Pero es que Valeria era simplemente espectacular. Alta, voluptuosa, de larga melena rubia y penetrantes ojos color turquesa, tenía el cuerpo de una modelo. Y los aires de una princesa mimada. Pese a apenas hacer caso de sus dos compañeros masculinos, Sébastien no dudaba que muchas veces sus poco recatados vestidos los llevaba porque le encantaba la atención recibida, como los hombres la deseaban sin atreverse a acercarse. Centró de nuevo la mirada en los papeles, pero la imagen mental de una Valeria desnuda y jadeante, tumbada encima de su mesa no paraba de distraerle la atención, hasta el punto de que no oyó abrirse la puerta del despacho.
- Sébastien, ya has vuelto. ¿Cómo te encuentras? - la voz tenía un fuerte acento alemán.
Con una sonrisa, el francés levantó la vista. Margareta. Cuando uno la veía, parecía difícil creer que fuese alemana, tanto se diferenciaba del estereotipo de mujer germana. Margareta apenas pasaba del metro y medio, llevaba bastante corto su pelo oscuro y tras unas viejas gafas, se veían unos ojos castaño oscuro. La única de sus compañeros que parecía conservar su humanidad. Y de hecho, parecía tener la de los tres. Mateo solía hacer broma pesadas a costa de su ingenuidad y Valeria se reía de su inocencia, pero Sébastien siempre intentaba defenderla. La verdad es que le daba algo de lástima. A veces, le hacía pensar en un cachorrito abandonado.
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