Con paso lento, subo las escaleras. Me siento cansado, mucho. Agotado, en realidad. Pero no puedo detenerme, quedarme sin actuar. La verdad es que nunca se me ha dado bien lo de quedarme quieto, esperando que otros hagan el trabajo y resuelvan los problemas.
Es sólo que, hay momentos, como ahora, donde la carga parece excesiva, donde aparecen las dudas y, no sin algo de amarga malicia, una parte de mí se cuestiona el porqué de mis acciones. ¿Por qué no hago como el resto de gente y me quedo sentado esperando que alguien se haga cargo de la situación? Sonrío cuando estos pensamientos cruzan por enésima vez mi mente. La respuesta es simple, muy simple. Lo hago porque así es como soy, y aunque a veces no puedo evitar desear no ser así, la verdad es que me gusta.
Sólo que, en momentos como éste, desearía tanto tener alguien a mi lado que me ayudase a compartir esta pesarosa carga. Alguien en quién poder confiar mis sueños y mis pesadillas, mis ilusiones y mis miedos. Supongo que nunca he dejado de ser un soñador iluso.
Ante este pensamiento, vuelvo a sonreír, con cierta amargura, mientras recorro el pasillo, imaginándome a esa compañera junto mí, oyendo los ecos de pisadas etéreas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario